August 3, 2013November 19, 2013 Lecturas cinemáticas, interruptores de identidad. Texto publicado originalmente en Aleph-arts.org >No existe nada extramedial. Esa idea misma es un efecto que generan los propios media.< (Adilkno) Todo está mediado, el capital regula los recursos, el espectaculo es su interfaz para las masas. La cultura, el lenguaje, las imágenes que atraviesan ese interfaz se convierten siempre en capital como producto especulativo. En un segundo plano estarían aquellas manifestaciones que, pasando por este filtro (y pasan en gran medida gracias a una tradición cultural y social que no se puede obviar) pudieran resultar relevantes para un mínimo sector de los usuarios del interfaz. Pero pensemos que estas manifestaciones que para la mayoría son de segundo orden, para ciertas minorías constituyen elementos cruciales en su entendimiento global de la cultura, el lenguaje, el imaginario…entendimiento que constituye un otro radical del espectáculo. El problema ha venido consistiendo en la dificultad de cohesión de estas minorías para constituir un interfaz alternativo cuyo producto sea, no el capital, no el simbólico espectacular, sino la diferencia como valor radical intensificador de la experiencia individual y por lo tanto de su colectividad. Y es que cada grupo minoritario alberga una idea de proyecto político y en última instancia cada individuo posee una diferencia ideológica que imposibilita esa cohesión. Pero el espectáculo es apolítico, abstracto, sin ideología, es tan sólo una mediación; sus intereses son económicos (de flujo financiero) pues ha nacido de ellos. ¿Podemos seguir hablando de la existencia de un espacio público? ¿Ha existido alguna vez un gran espacio verdaderamente público o sólo microespacios TAZ, zonas no fortuitas, zonas de cohesión temporales? Deberíamos de estudiar el por qué del nacimiento de estos microespacios y darnos cuenta de que sólo es posible el florecimiento de algo como tal, gracias a un potenciamiento de canales que construyan una escena verdaderamente independiente, no ya del capital sino de cualquier valor ideológico, idealizado a priori. >Es posible que la palabra y la comunicación están ya podridas. El dinero las penetra enteramente: no accidentalmente, sino por su propia naturaleza. Hace falta apartarse de la palabra. Crear siempre ha sido algo distinto que comunicar. Puede que lo importante sea crear vacuolas de no comunicación, interruptores para escapar al control.< (Gilles Deleuze) Si el espacio físico de las ciudades ya ha sido revertido por los media, transformado en bloque, vendido, privatizado en su práctica totalidad, nuestra privacidad se convierte en vía libre para las compañías. La televisión es publicidad, no durante el espacio dedicado a los comerciales, no, toda emisión pública (hecha pública) ya está siendo dictada por la visión generada por todo un cúmulo de intereses comerciales. Un imaginario del que nos resulta imposible escapar, por que ya está construyendo nuestra relación con el otro y que nos contagia día tras día, casi simpáticamente… Jamas ha habido integración, no hay difusión del arte en lo real, ni se han artistizado nuestros modos de vida. No hay creación en el mundo, al menos no hay creación de mutuo acuerdo entre nosotros y las cosas. Sólo ha habido una enorme escisión del espejo metafísico en infinitos puntos de fuga de la mirada, que recrean tantas otras sensaciónes, ya no determinantes en nuestra sensibilidad. En cada esquina, una imagen-espejo (falsa imagen) que nos fascina. Cada punto de la composición ha sido diseñado cuidadosamente. Arquitectura de la mirada en cada fragmento, en cada instantánea, no en su conjunto- ya imposible de visualizar-. William S. Burroughs habla en La Revolución Electrónica del cut-up “como arma de largo alcance para borrar y atontar las líneas de asociaciones dispuestas por la masa media”. De este modo reconoce los complejos sistemas de control que se basarían no en la apreciación de lo real sino en su propia producción. Ya que según esta tesis, las líneas asociativas se utilizan -hoy en día de modo sistemático- como dispositivo de control de las lecturas interpretativas y producciones de lo real, que expulsa y enajena todo aquello extraño a esas líneas. O más bien, conduce a ignorar, invisibiliza, todo aquello que no produce líneas asociativas claras, asimilables, dirigidas directamente hacia el capital o el poder como principio motor de identificación y de juicio moral. >Las palabras no tienen absolutamente ninguna posibilidad de expresar nada. En cuanto empezamos a verter nuestros pensamientos en palabras y frases, todo se va al traste.< (Marcel Duchamp) El lenguaje, las palabras, el virus, como canal que despliega el control de lo pensable. Pero más alla de ello, la imagen, reproducida hasta el infinito, anquilosando nuestro sistema nervioso a través de órdenes, mensajes sin código que se instalan en nuestra conciencia espejizándose. Construyendo imágenes sólidas de lo real que deja de ser real pues no es consciente. Instantáneas o serie de imágenes estándar que no asocian sino que disocian. Segregan y jerarquizan. La imagen se convierte en referente de lo real -cuando lo real es de hecho el referente, algo que es ajeno a nuestro juicio, que ocurre como desgaste, como fricción, como organismo-. Me refiero a la “cosa en sí” cuya única posibilidad de convertirse en consciente para nosotros es la asociación, un ejercicio alegórico que comunique desde el error (siempre es error, la verdad no nos es adjudicada mas que en el “ser”) de la interpretación. Y es que ningún medio alcanzará jamás ningún fin, ninguna verdad, porque no existe fin alguno. Tampoco es tiempo de impartir ideología. Por muy tentador que parezca cualquier intento de afirmarse ideológicamente, de definirse -singularizarse-, de demarcar una distancia radical, de escupir toda la rabia contenida, sabemos que es inútil, al menos en los canales massmediáticos, en el monopolio de la asociación. La ideología es información, ofrece coordenadas a la especulación y por lo tanto tiene un valor de intercambio. La ideología viene implícita en cualquier manifestación pero siempre en su lectura más o menos compleja, en su performatividad; carece de centro. El arte y el pensamiento son entonces no simples productos intelectuales, no esas categorías “arte”, “pensamiento” definidas por cauces institucionales, que parecen oler mal con sólo nombrarlas, sino máquinas, mecanismos que nos producen como imágenes y nos hacen participar de un diálogo perpetuo – de un mestizaje – con lo otro. En definitiva nos convierten en potencial revolucionario en la medida en que nos permite ser capaces de sostener cualquier diálogo pues no hay un a priori imaginario o ideológico, sino un a priori sensible, local o translocal. Potenciación de canales, asociación, unión de los diferentes sectores independientes capaces de difundir esta experiencia en todos sus aspectos, partiendo de la crítica espectacular como una línea de estudio de las contradicciones del capital que nos puedan ayudar a afrontar sus estrategias de un modo no asimilable (sin que se puedan identificar), tal vez utilizándolas, pero concediéndolas una lectura simbólica radicalmente distinta. Lo espectacular no funciona en sí por sus contenidos, sino por la lectura única, genérica a la que pueden dar lugar (ese placer, demasiado humano, de la comunión con la convención) , por la generación de una sóla realidad social e intelectiva que suministra soluciones concretas para problemas específicos, por una identificación perpetua que impide cualquier tipo de deriva del significado. Tal vez la cuestión sea ¿decido crear realidad, adentrándome en los umbrales del espacio y del tiempo?, ¿decido asociar mi propio contexto con otros? ¿decido hacer cine con las imágenes que me rodean hasta conformar una singularidad performativa? Aleph-arts.org Cultura criticaculturamedianet art