September 22, 2014December 20, 2019 Todos nos llamamos Ali. Todos nos llamamos Ali – Marcas nacionales y la amabilidad de los extraños. “Stranger” es un vocablo inglés que posee dos acepciones en español, la de extraño o desconocido y la de forastero -o en algunas regiones: fuereño, es decir que viene de fuera. Ambos significados pueden ser complementarios o no, ya que uno puede ser forastero y a la vez perfectamente conocido y a la inversa, ser un desconocido, un extraño en la propia tierra. Podemos ser considerados extraños cuando realizamos actos que nos separan de una “marca de identidad”. Quisiera aplicar esta breve nota aclaratoria a los debates sobre inmigración que están tan presentes en nuestro día a día y que en realidad siempre han estado presentes. Debates sobre la identidad nacional e internacional y cómo operan los códigos políticos en las formas de entender la inmigración y la emigración. A quién se autoriza, bajo qué estatus y por qué se recibe o se rechaza a los forasteros, cómo somos vistos cuando cruzamos la frontera de nuestra nacionalidad y, por definición, dejamos de ser ciudadanos. Preguntas que han sido bastante discutidas y seguramente lo siguen siendo en este momento por expertos en la materia (y por otros no tan expertos). Si bien, me gustaría preguntarme acerca de los orígenes de los códigos de aceptación o rechazo de los extraños (o extranjeros) y el modo en que contribuimos a perpetuarlos, consciente o inconscientemente con modelos de identidad que nos son impuestos y que responden a decisiones políticas que casi siempre se toman con independencia de los intereses reales de los pueblos. Existen aspectos claramente visibles en las marcas de identidad como son los rasgos físicos pero también intelectuales como lo son el idioma o la formación; pero además hay marcas nacionalistas, guías maestras de idiosincrasia que nos condicionan lastrando o beneficiándonos y que por motivos diversos escapan de nuestra capacidad de actuar. Un ejemplo que quizás viene al caso es el que se produjo con motivo del 70 aniversario de la liberación de París. Vi el documental sobre La Nueve, la brigada española que bajo el mando del general Leclerc libera Paris [1] (documental realizado curiosamente no por un español sino por un director argentino). Esta brigada estaba conformada por excombatientes republicanos que luchaban creyendo que esta hazaña podría ser un primer paso hacia la siguiente liberación: la de la España bajo el poder totalitario de Franco. En dicho documental y según testimonio de algunos de los combatientes, los parisinos de entonces estimaban a los españoles; sabían que habían sido ellos quienes contribuyeron fervientemente a la liberación de su ciudad. Sin embargo, bastó la omisión de cualquier mención de aquellos actos en Liberation [2] y las declaraciones de De Gaulle, ignorando completamente a los españoles para que tal memoria –ese poso de amabilidad hacia los forasteros, un cortés signo de agradecimiento si se quiere, fuera borrada, suplantada por una “más natural” identidad nacional. Este es solo un ejemplo (entre muchos y que podrían ser tema de numerosas discusiones) que cito para ilustrar cómo la memoria del pueblo está cada vez más dirigida y mediatizada. Desde luego existen afinidades tradicionales instaladas en lo que podemos denominar el inconsciente colectivo pero incluso este inconsciente es en gran parte algo prefabricado; una interesada y brutal formación ideológica diseñada como herramienta de control. Yo mismo como español que vive en el extranjero me he sentido en ocasiones “bajo el encargo” de representar en cierta medida los hallazgos de una identidad nacional, a la vez que también he sido prejuzgado por sus fracasos. Ante esta situación uno no puede sino habitar los intersticios, cruzar con cuidado las líneas que nos definen como ciudadanos, y a veces crearse una máscara, una herramienta de protección y ocultamiento diseñada para ganarnos “la amabilidad de los extraños.” En este sentido seríamos como Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo cuando, al final de la obra de teatro, confiesa: “siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”. Pero ¿de qué depende la amabilidad de los extraños? Es lo que nos vemos obligados a descubrir cada instante que salimos de nuestra propia casa. Es cierto, todos dependemos en cierta medida de la amabilidad de los extraños; ellos: los que nos leen y nos ayudan, quizá desinteresadamente. Blanche sabía cómo ganarse su confianza, curiosamente haciéndose pasar por lo que no era, una chica bien de alta alcurnia. Sabía adaptarse al marcador identitario que la sociedad admiraba y premiaba. Sin esta forzada aproximación a los marcadores de identidad debemos de buscar razones más profundas para la amabilidad: la religión quizá, como el buen samaritano, o el individuo espiritual que apela al karma. Tal vez los activistas, centrados en grupos concretos de represión o los trabajadores sociales y los profesionales de la psiquiatría para quienes los necesitados (de amabilidad y de otras cosas esenciales) dan sentido a su importantísima labor. Sin esas razones, uno parece no poder ser amable con quien supone una amenaza a esas marcas que son una máscara de identidad nacional: costumbres, tradiciones, indumentarias, habilidades… Deberíamos entonces preguntarnos para quién supone una amenaza un extraño, para nosotros o para el poder para el que trabajamos como policías guardianes de esa máscara en la que jamás encajaremos. Lo describe muy bien el título de una película de Fassbinder: “El miedo se come el alma [3]. El miedo a la falta de identidad, a ser despreciados por una sociedad que solo acepta a quienes marca la convención y también el miedo de los que temen perder sus orígenes identitarios, igualmente prefabricados. Publicado en SalonKritik ——————– [1] https://www.youtube.com/watch?v=sCTzkiBmMFU Agradezco a Ricardo Cotanda el haberlo compartido en Facebook. [2] La omisión fue subsanada 70 años después http://www.liberation.fr/societe/2014/08/22/aout-1944-la-liberte-guidant-paris_1085140 [3] Rainer Werner Fassbinder. Angst Essen Seele auf (Ali: Fear Eats the Soul). Traducida al español como Todos nos llamamos Ali. (1974) Arte Cine Crítica Cultura SalonKritik AmabilidadBlanche DuBoisFassbinderIdentidadLa NueveLa republica españolanacionalidadnacionalismosParisTenessee Williams