August 3, 2013December 22, 2017 La cultura en término Originalmente en SalonKritik Estructuras de interconexión que en realidad lo único que hacen es darnos paso a su través: poner en relación distribuida la totalidad posible de los contenidos que en las innumerables terminaciones nerviosas de esa red cuasiinfinita constituyen no sólo el origen indagador de nuestras pesquisas, sino también su propio objeto final. José Luis Brea. Cultura Ram. Mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica. A todos nos ha parecido atractivo en un momento dado hablar del fin de grandes paradigmas conceptuales –Arte, Historia, Tiempo…- designando su caducidad como sistemas de conocimiento, en un intento de pasar página, de iniciar otra cosa, de dejar de usar lo que parece agotado y que de algún modo agota. Los hay que conjuran el fin como puro deseo de transformación, otros lo hacen para intentar hacer desaparecer las ideas que no son capaces de actualizar. En todo caso el fin, el final es un concepto muy físico que cuando se aplica a las ideas suele resultar frustrante. Las ideas no tienen un fin, forman parte de una cadena de transmisión que es memoria y cuyo único fin posible es o bien su uso o bien la carencia de él, el olvido. Un final no es una ausencia sino un resultado, un outcome, lo que viene hacia fuera, lo que se exterioriza; de ahí que para José Luis Brea el conocimiento constituya terminación-nerviosa-, un objeto que es a la vez final y origen. Del mismo modo llamamos término a una palabra en la que el lenguaje se ha establecido, se ha hecho superficie; pero esto no quiere decir que no se deslice, que no se empalme con otras capas del lenguaje en evolución. La evolución lingüística no viene marcada por la desaparición de un término sino por el desplazamiento generacional o geográfico del mismo; un proceso en el que muta y se transforma, como un virus. En realidad sólo se interrumpe a nivel discursivo aquello de lo que se deja de hablar – o de utilizar- aquello que, para bien o para mal, ni siquiera somos capaces de echar en falta. En cualquier caso, los discursos sobre el fin no nos salvaran de él, por eso en lugar de hablar de fines se podría hablar tal vez de principios, de una multitud de rizomas lingüísticos, de gérmenes terminológicos que se diseminan en la reorganización de los googlebots. No hay manera de controlar los signos; se ha perdido autoridad –y la autoría- sobre ellos, las imágenes y las ideas ya no están asociadas a los individuos sino a la red que nos conduce a ellas. Para articularlas sólo es posible actuar de un modo activo creando nuevos conglomerados ideáticos eventuales que, como hashtags, refieran a zonas positivas de reverberación. Habitamos un mapa eventual de lugares comunes en los que el lenguaje se articula in a short term, en cortos períodos de tiempo en los que la palabra equivale a todos los usos -en flujo- de la misma, más allá del lenguaje y del habla. El mundo en red respalda (backs up) la información. Ya no buscamos términos en un archivo de almacenaje sino en uno indexado. La desaparición o la pérdida de información nunca es total ya que hay mirrors, back ups, caches… y lo que es más, hay sustitutos. Siempre habrá alguna imagen o alguna palabra que cumpla, o sustituya o actualice la función del lenguaje, adaptándose a nuestra experiencia mundo como un guante quirúrgico, protegiéndonos de él a costa de perder sensibilidad. Siempre hay –siempre ha habido- pérdida de información, pérdida de experiencia que, intraducible, se deshace como lágrima en la lluvia o como fugaz pensamiento que, expresado, hubiera quizás cambiado nuestras vidas. Es el arte entonces la función que genera imágenes intentando recuperar desesperadamente la experiencia más allá del lenguaje. A menudo se anuncia el fin de la cultura, el fin del arte, pero el arte es algo que no puede desaparecer porque, incluso hoy, cumple dicha función. Decía Gilles Deleuze en su Abecedaire -cuando Claire Parnet le preguntaba por la muerte de la filosofía y del arte- que “no hay muertos, solamente asesinatos.” Arte Crítica Cultura SalonKritik culturaJose Luis Breatecnologia