July 8, 2017February 12, 2021 El corazón y el espíritu. “La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para un hombre de negocios serán oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido…” Antoine de Saint-Exupéry. El principito. En el espacio de las estrellas y los planetas parecen encontrarse todas las respuestas a las mayores incógnitas. Las grandes respuestas están siempre en el espacio, en lo abierto, llámese cielo, nirvana o simplemente: universo. Se buscan todas estas soluciones a través de la ciencia y de la religión pero en realidad nadie mejor que un niño puede comprender la idea del espacio sin sentirse abrumado por la matemática de sus números y dimensiones. Los niños saben de espacio porque tienen la suerte de que aún no se les ha enseñado a separarse de él. Para el niño todo es espacio y encuentra apertura en cualquier situación, sabe como encontrar áreas de expansión sin sentirse limitados por proporción o magnitud alguna. El verdadero hogar de los niños no está en los torpes habitáculos que diseñamos – más para contenerlos y protegerlos que para que los habiten – sino en el puro cosmos, en algún lugar en las estrellas, en algún asteroide que los adultos habremos de nombrar para saber que existe. En la famosa película de Spielberg a ET le brilla el corazón para expresar una conexión con el niño Elliot. Es una señal de que reconoce el espacio en él, que aún no ha cerrado su corazón a la apertura absoluta, a la recepción generosa de todas las emociones, al sentido de compasión que caracteriza al reino de lo espiritual. Los niños tienen la capacidad de utilizar el corazón como vínculo de transferencia, de compasión, de acceso a la experiencia directa, sin mediaciones. Es más tarde cuando aprendemos a separarnos los unos de los otros, a enfriar nuestros corazones y desarrollar estrategias de encubrimiento de la realidad, de categorización y jerarquización de la experiencia. De adultos, separamos imaginación de realidad como ámbitos totalmente diferentes, incompatibles, pero eso solo es una manera de tratar de controlar nuestros temores. Lo cierto es que en el puro espacio de la realidad todo es posible. La realidad está en expansión constante hacia lo que aún desconocemos; sin embargo la imaginación está limitada por la capacidad específica de nuestra inteligencia y por los límites del lenguaje y del pensamiento relativos a un determinado momento histórico. Los adultos exploran toda su imaginación con el fin de crear historias para niños pero son los niños los que viven esas historias, en vivo y en directo y sin necesidad de transcripción. Ellos son capaces de asimilar cualquier cosa que se les ponga enfrente y entender como real, sin la necesidad de verificar los modos en los que puede o no encajar en su mundo como haría un adulto. Para un niño no hay diferencia entre lo material y lo espiritual, para ellos todo es espíritu. Su vida se encuentra absolutamente vertida en el mundo y entregada a la cualidad espacial, sideral si se quiere, del espíritu. DGC 2017 Cultura Espíritu Lenguaje CorazónEspírituinfancia