August 4, 2013November 13, 2013 Blues y desastre. (Esperando a Irene) Suenan los primeros acordes de Midnight Hour Blues por Leroy Carr y la habitación se inyecta de un humo que suspende lo real y se me antoja como iluminado por una austera vela que oscurece y simplifica el mundo. Lo convierte en una micro esfera barroca rodando en la gramola de los acontecimientos, irrepetible pero en eterno retorno. Es el blues de la medianoche, de la hora mágica, el gozne entre mundos que ha fabricado mitos y literatura en el pliegue místico del tiempo, de la hora que no es. El momento en que la conciencia se desdobla, por el sueño o por la soledad existencial de un mundo sin luz o acaso iluminado por los neones y leds, palabras de luz, palabras imagen que nos siguen fascinando El blues es la música de quienes se les ha arrebatado todo pero aun así tienen el poder de estar por encima de las circunstancias. Plagas, huracanes, inundaciones, enfermedad, traición, pobreza, esclavitud y muerte son temas recurrentes del blues. Libre de la espiritualización religiosa del gospel, el blues es esencialmente profano, una expresión individual ante el desastre. El blues no necesita explicación alguna, religiosa, política o moral, ni denuncia culpables. Si la persona es víctima de lo injusto del mundo, la voz, el aliento vital está por encima de todo ello. Una voz que grita sin queja, acompañando a la guitarra o al piano sobre ritmos que hacen temblar al cuerpo con unas vibraciones primitivas, anteriores a toda civilización. No hace falta saber tocar un instrumento para tocar un blues, no hace falta saber cantar para cantar un blues, solo hay que hacer sonar el cuerpo con esas vibraciones para entender que todo lo que existe es transitorio y que pasará. Atrapados por circunstancias en las que nos sabemos conscientemente traicionados, engañados por la organización interesada del mundo o por la desgracia de las catástrofes naturales, el blues reduce el coeficiente de necesidad a prácticamente cero. Una vida sin miedo a la pérdida o con medios para integrarla en la fábula de nuestra existencia puede ser el arma más poderosa para combatir el desastre. El blues no tiene autor, tiene intérprete (it’s the singer, not the song), algo lo suficientemente radical como para desmontar uno de los pilares básicos de nuestra cultura actual, el derecho de autor. Se sabe que antes de que existieran equipos de grabación, antes de que la industria discográfica se hubiera siquiera concebido, había intérpretes de blues, guitarristas, cantantes, bandas capaces de interpretar una canción, chasqueando los dedos, tocando las palmas, soplando una botella de whisky… Las letras son siempre adaptaciones de textos populares que el oportunismo de las discográficas llevó a registrar pero cuya potencial variación es ilimitada. En realidad uno sólo puede ser autor de sus propios actos, de su propia interpretación, de la puesta en acto del texto, jamás del texto en sí. Esa puesta en acto, el estilo, es la forma de hacer sonar al mundo; algo tan inaprensible como la propia presencia. Así, Midnight hour blues de Carr es tan distinto de Midnight blues de Bessie Smith como dos mundos, que se oscurecen por el mismo sol pero están separados por millones de años luz. Ahora no es medianoche pero el cielo se oscurece como si lo fuera, con la uniforme placa de nubes que precede a la llegada del huracán Irene. El desastre acecha pero desde la aparente seguridad de un hogar recogido y abastecido de velas y provisiones me siento excitado por la inmanencia de un fenómeno que rearticula nuestra lógica de necesidad y nuestro orden de prioridades. En perspectiva no hay nada más que mis circunstancias y un tiempo en bruto que se mueve a la velocidad de un huracán. Cultura Musica Nueva York BluesHuracanIreneMedianoche