August 4, 2013November 13, 2013 ¿Qué fuerza le queda al arte? Originalmente en Perifèries Respuesta a la pregunta lanzada desde Perifèries 11-12 Si la pregunta es ¿Le queda mucha fuerza al arte como producto? La respuesta es sí, desde luego. Pese a la crisis, es prácticamente imposible cuantificar el número de compra-ventas de arte en el mundo ya que además de las transacciones oficiales, existen millones de operaciones al año, que incluyen todo tipo de obras de arte desde viejos maestros a jóvenes artistas. Mientras existan antigüedades y obras históricas de valor incalculable de artistas que forman parte de la historia de la humanidad se producirá arte y se comerciará con él. Estas obras son como el patrón oro sobre el que se basa toda la producción actual. Si, como en un libro de ciencia ficción, un tipo de virus destruyera las obras de más de 50 años de antigüedad, tal vez habría razones para pensar que el arte como industria pudiera tocar a su fin. La pregunta ¿qué fuerza le queda al arte? Tal vez nazca de una vieja presunción de que el arte posee alguna fuerza para transformar el mundo. Pese a momentos de maridaje del arte con movimientos de activismo social y político, no ha pasado de ser una bandera más cuyas bases estéticas han sido manipuladas. Creemos que los artistas no pueden formar parte de ningún régimen político ni servir de cobertura para ningún tipo de movimiento social (ni siquiera el 15M o OWS) ya que el arte como procedimiento, cuestiona toda voluntad hegemónica. Pese a ser un ejercicio radical de lo político, pensamos que su voz es la expresión de una individualidad que se resiste a hablar por otros. Esta es quizás la diferencia entre arte y propaganda. El arte es una voz que ayuda a otros a encontrar la suya propia. Quizás la pregunta que Rafael plantea es ¿qué capacidad de entusiasmo, de medios etc. le queda a los artistas para seguir produciendo arte? Es obvio que la formación y regulación del estatuto de los artistas como productores de individualidad crítica no es una prioridad para los estados. La razón más evidente es que aun se mantiene la ilusión del arte como talento natural, pero también es cierto que al gran mercado del arte le interesa la desregulación, la aleatoriedad del valor artístico como forma de fomentar estrategias de especulación. El valor económico del arte no está en las propias obras; nunca lo ha estado. El valor está en su índice de historificación y mercantilización. Es algo muy sencillo y perfectamente asumido: un artista cuya obra ha sido adquirida por una gran institución hace subir su valor de mercado, una obra inflada en una casa de subastas hace subir la cotización del artista. Sólo para algunos pocos académicos, investigadores, artistas y aficionados, la obra tiene valor per se. Cuando la organización presupuestaria que supone la puesta en marcha de entornos académicos dedicados al arte se ve tan reducida y sometida a una mera lógica de rendimiento a corto plazo nos preguntamos ¿Le queda alguna fuerza a las artes plásticas para perdurar como modelo de producción de valor cultural? Vemos como es ya habitual que los críticos de arte, los productores de discurso en el arte, abracen otros medios que en principio no les son propios como la fotografía, la música, el cine, o los medios de masas como índices o síntomas de la deriva cultural. Para ellos las artes plásticas son una expresión más, en ocasiones demasiado específica y subjetiva y cuya tecnología disciplinaria es a veces demasiado instantánea y unidireccional para nuestra época de temporalidades variables e interacciones múltiples. Ni siquiera las acciones o las instalaciones multiplataforma llegan a poder representar en un solo espacio expositivo la multitud de posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de interacción y transmisión de entre comillas “conocimiento”. Mucho se ha hablado sobre cómo el diseño y la tecnología son el sustituto estético de las artes en nuestro siglo y un nuevo paradigma de la identidad contemporánea, de lo que no se ha hablado tanto es de la pérdida de conocimiento que se produce cuando se ignora la relevancia del gesto estético que supone trazar una simple línea. En la cultura oriental la caligrafía es una forma de arte porque se trata de una representación de la identidad. Una cultura que deja de prestar atención a las formas de representación simbólicas del sujeto está perdiendo un conocimiento que es relevante en todos los aspectos de la existencia. Si el arte pierde fuerza es porque a escala global se deja de otorgar importancia a procesos de conocimiento que tienen lugar en la práctica artística y que son relevantes en todos los campos de la producción. No en vano, ejercicios para fomentar la creatividad y la capacidad de representación son implementados a menudo negligentemente en proyectos empresariales, por no hablar del adoctrinamiento sobre formas de autoconocimiento y espiritualidad. El valor de la creatividad, es decir la aptitud para la representación simbólica, se reconoce y valora pero no se asume que deba de existir un aprendizaje estético y también ético de la misma. En el aprendizaje del fenómeno artístico, del gesto o del pensamiento puesto en acción como forma de arte existe ineludiblemente un desmontaje de nuestras formas de experiencia y nuestros modos de expresión. Se trata de un aprendizaje de los diferentes modos de aproximación estética al mundo. Para un artista las obras no son objetos sagrados sino ejemplos más o menos rigurosos de esa experiencia. Consideramos al arte como un procedimiento que otorga herramientas críticas y que es capaz de establecer el valor de la representación simbólica o cultural de la experiencia más allá del valor de mercado y del gusto. La pregunta qué fuerza le queda al arte podría ser respondida con otra pregunta ¿qué fuerza le queda para qué? Si es para subsistir como industria, desde luego le queda mucha fuerza. También para existir como ejercicio de simbolización que es algo que está en las bases del instinto humano. Lo que sí podemos constatar es su pérdida de capacidad de consolidación como modelo de producción de significado en una época en la sustitutos de baja intensidad colonizan la experiencia. Arte Crítica 15MacademiaFuerzaOccupyresistencia