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Diario de Nueva York. (Prólogo).

Manual de Ultramarinos edita Diario de NY junto con la cassette El fin de algo de David Loss. Foto Bruno Marcos.

Hace más de seis años que escribí las primeras entradas de este diario. Ahora al releerlo redescubro la ingenuidad de aquellos primeros días en una ciudad que ya conocía y había disfrutado de un modo temporal, pero no con la intensidad y las miras de un residente, de un inmigrante si se quiere, alguien que ha dejado atrás de un modo permanente un entorno familiar para producir algo nuevo en un otro lugar.

No me considero una persona que busque deliberadamente lo nostálgico pero sí que puedo ver sobrevolando este diario un cierto espíritu de nostalgia, un deleite en la rememoración que era tal vez para mi yo de entonces una forma de protección. Esa burbuja era la forma en la que delimitaba mi separación con el mundo al que me había destinado y me permitía observarlo como un científico observa un fenómeno en una probeta, solo que – ahora lo se – era yo mismo el que estaba en la probeta y el que estaba sometido a dicho experimento de transformación.

Se podría argumentar que el objeto de estas experiencias era la ciudad de Nueva York, y así titulé en su momento a este periplo: “el estado de la ciudad”. Pero lo cierto es que una ciudad no es un objeto, pues es un ente vivo, una estructura en proceso. Entonces, todo relato de cualquier ciudad no tendría interés alguno sin sujeto que lo experimentase, y por eso es este diario, tal vez todo diario, un relato subjetivo que refleja una manera determinada de contarnos la historia, de hacerla nuestra, de apropiarnos simbólicamente del territorio.

De un modo progresivo, y una vez concluido un periodo de adaptación a este nuevo entorno, las entradas del diario empiezan a espaciarse temporalmente hasta finalmente desaparecer. Es un signo que señala quizás una plena adaptación, pero también un profundo desarraigo. La paradoja consiste entonces en que si mi experiencia actual de Nueva York no parece reclamarme un diario o una observación constante de su vivencia, sin embargo todo el momento de regreso a España y a los entornos en los que crecí y me formé constituyen experiencias que sí me plantean dilemas dignas de relato y me hacen ver cuestiones que en su día daba por sentadas o me eran desapercibidas. Un proceso de reversión por lo que lo exótico es ahora lo más íntimamente ligado a mi y me siento cubierto por una piel extranjera.

Nueva York. Abril de 2017.

Una reseña de Diario de Nueva York aquí: http://www.lanuevacronica.com/los-perros-romanticos
Una reseña sobre El fin de algo aquí: http://astorgaredaccion.com/not/15354/-lsquo-el-fin-de-algo-rsquo-de-david-loss/
Sobre cómo conseguir ejemplares: http://manualdeultramarinos.blogspot.com

Librerías secretas y refugiados del papel.

Publicado en Infolibre

Las librerías están desapareciendo de Manhattan. Sí, la gran cadena Borders quebró hace un par de años ya, y Barnes and Noble subsiste tal vez por ser la única gran librería que es a la vez un centro de ocio y eventos.

Hace poco pasé por la calle 57 y vi que la librería Rizzoli estaba cerrada y unos grandes paneles de madera pintados de azul ocultaban la renovación. Una nota de agradecimiento a los clientes anunciaba el cierre. Prácticamente todos los negocios de Manhattan se enfrentan a la cruda realidad inmobiliaria. Cuando termina el contrato el nuevo precio de alquiler no resulta asumible para la mayoría y más para un objeto en crisis, el libro en papel.

Se suele atribuir esta crisis del libro a los dispositivos y la tinta digital pero la realidad es que nadie tiene tiempo para leer. Cuando hablo de leer no me refiero al hecho literal de introducir información escrita en nuestras mentes – tal vez sea ahora el momento de la historia en el que tenemos más acceso y utilizamos mas información escrita. Me refiero al hecho de adaptar nuestro tiempo al tiempo de lectura que crean los escritores, un ritmo propio, separado de la vida cotidiana, un viaje mental, que es como se describe en ocasiones a la lectura de libros.

Esa experiencia de viaje ahora se esta relegando a las producciones audiovisuales y mas concretamente a las series. Producciones como Juego de tronos, True Detective o Mad Men, son creaciones con inspiración literaria que al presentarse de un modo visual nos ahorran el esfuerzo de imaginar y nos proporcionan esa experiencia de viaje mental tan necesaria para escapar de nosotros mismos.

Siempre admiro a quienes encuentran tiempo para leer libros físicos, en un parque, en el metro, en algún banco de la calle. Les veo pasando las páginas de libros con el lomo gastado, que a veces tienen anotaciones o subrayados… y lo cierto es que parece ya algo del pasado. Aun así, y sin ser demasiado romántico al respecto – con la firme convicción de que es más importante que la cultura pueda compartirse con tanta facilidad como es posible hacerlo hoy en día con los medios digitales- de alguna manera siento que el libro electrónico no me cautiva de la misma manera que el papel. Tengo 200 libros en el Ipad, y cuando estoy leyendo uno en concreto me asalta la ansiedad al pensar que hay otros 199 a la espera de ser leídos y parece que tuviera que hacerlo antes de que desaparezcan de alguna forma. De esta manera salto de uno a otro sin terminar de leer ninguno.

Los libros en papel, sin embargo, tienen presencia. Aunque tal vez nunca los leamos todos sabemos que están ahí, en la estantería, conviviendo con nosotros, compartiendo nuestro espacio físico. Con sus palabras, conservadas en papel, que el tiempo amarilleará quizás pero cuyas páginas podremos abrir con emoción para encontrar otro tiempo. En el interior de un libro es donde el tiempo de un objeto y el tiempo de una historia otra coinciden de una manera única.

Por eso tiene sentido hoy en día la existencia de librerías secretas, como Brazenhead en Nueva York. Un espacio no solo para comprar libros sino para habitar con ellos mientras se conversa con su dueño, Michael Seidenberg. Para Seidenberg, “se trata de una batalla perdida, hemos perdido”, ahora somos todos unos refugiados. Por eso dirige una librería pirata, que es su propia casa y en la que acoge a todo aquel que busque el reconfortante refugio del papel, mientras se bebe con ellos un vaso de whisky, por ejemplo. Llegar ahí es fácil, su nombre está en el libro de la guía telefónica. Pero también puede resultar difícil, se da la paradoja de que casi nadie hoy en día posee una. Aun no he saltado ese obstáculo mental, hacerme con una guía telefónica, buscar su nombre y llamarle. Aun no me he considerado a mi mismo un refugiado del papel, aunque muy posiblemente lo sea.