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Facebook y un mundo de grandes éxitos

No es ningún secreto, las redes sociales son como grandes embudos que en lugar de diversificar la opinión y crear protocolos de comunicación los reducen y los polarizan bajo el puro signo de lo promocional.

La cuestión de la comunicación y en definitiva la cuestión del arte nunca fue una cuestión de herramienta. Sin embargo a través de las redes sociales, esos canales únicos (por mucho que se hable de pluralidad, los que verdaderamente cuentan son los grandes como Facebook o Twitter) nos llegan cada día herramientas capaces de solucionar hasta los más insignificantes problemas técnicos. Solo hay que ir al repositorio de Youtube o cualquier otro servidor de alojamiento de video para encontrar el cómo. Igualmente si necesitamos saber qué tipo de imagen está de moda, qué filtro representa novedad y actualidad, podemos ir a Instagram o Tumblr, donde el pasado y el futuro se combinan a cada instante para darnos una tirada de dados permanente que represente y de cuerpo a nuestro deseo estético.

La bienintencionada idea conceptual de tratar de hacer de los medios sociales formas de producción de arte específico resulta decepcionante. La razón es que en realidad los medios sociales no son medios, son simples canales creados por y para la mera anunciación. Ahí no hay contenido más o menos interesantes que no lleve adjunta la posibilidad de adquirir dicha experiencia o -si no es para nosotros- de al menos hacerla circular; a otro llegará. A cada “like” que damos, a cada interactuación, incluida la mera “visita” hay un reconocimiento de adquisición de experiencia o cuanto menos expresa un deseo de adquirirla.

Las redes sociales basan su éxito en la idea humanista del conocimiento y muchos, entre los que me puedo incluir, defenderán las redes sociales por la capacidad de dar a conocer, de hacer llegar a nosotros información y recursos, de darnos la posibilidad y el acceso a formas de experiencia que de otro modo permanecerían ignotas para nosotros. En este sentido las redes sociales democratizan las voces y relativizan la especialización. El problema es que en este campo expandido de las disciplinas, en el que se puede aprender de todo un poco, se echa en falta una intensidad que no se consigue necesariamente con la diversificación de contenidos sino con la profundización y el tiempo dedicado a cada contenido necesario para su completa comprensión. Es también una cuestión del orden de asimilación. En la ubicuidad de las redes uno pasa, por poner un ejemplo, de Jackson Pollock a Cy Twombly a golpe de click, como influyentes pintores abstractos del siglo XX, pero sin que se revele la diferencia esencial, no solo historiográfica sino también conceptual.

Bienvenidos al mundo de los “greatest hits”. Como decía antes, las redes sociales son pura anunciación de nuestros hitos, y dibujado del mapa de nuestros recorridos. Una especie de diario obscenamente hecho público, como una lista de nuestras canciones favoritas de todos los tiempos, que a nadie le importa más que quizá a alguien con quien se tenga una relación personal. En realidad todo termina siendo tan personal que te ahorra el trabajo de conocer realmente la persona pues para ello podemos acudir a su “perfil”, una pobre biografía que apenas construimos nosotros mismos, definida por gustos y afinidades que revela inclinaciones íntimas con las que quizá nunca podríamos estar de acuerdo, inclinaciones que posiblemente en su contexto humano complejo seríamos capaces de entender con toda naturalidad. Es en el factor de lo personal, aparentemente ineludible en cualquier forma de diálogo en la redes sociales, el que pone en peligro la comunicación en estos medios y los hace desde mi punto de vista ideales como formas de promoción pero inservibles como herramientas críticas o de producción específica de arte.

EDUCACIÓN ELEMENTAL

El mundo nuevo, el renovado, si tiene que existir, no conocerá más que la escuela elemental para las masas y la universidad para los individuos, se habrá librado de un agarrotamiento de siglos” Thomas Bernhard. El origen
“You don’t need a weatherman To know which way the wind blows” Bob Dylan. Subterranean homesick blues

Es necesario hacer una revision de la idea de educación que cada vez está más alejada de planteamientos humanistas y dirigida hacia una especializacion enfermiza. Estados Unidos representa una paradoja al respecto pues es paradigma de la especialización pero también del conocimiento pragmático que nos acerca a lo elemental de la experiencia. Es el periodo de la educación secundaria, ese “en medio” que conforman todos esos años de instituto dedicados al arte de perder el tiempo de la forma mas ruidosa posible los que me preocupan. Porque como dice Bernhard parten de un modelo que embrutece y corrompe, y a lo que yo añado que fuerza la mezcla imposible, emparedada, de pubertad y desidia que sobreexcita los jóvenes y exaspera al profesorado.

Tiene que haber otro modelo posible. Es momento de plantearlo, especialmente ahora que los presupuestos no dan casi para mantener la maquinaria de un sistema que solo sirve como prueba fatal de resistencia de la salud psicológica de los jóvenes y de su red/colchón familiar ante una sociedad con funciones muy poco definidas y sin dirección. Tal vez haya que reconsiderar el humanismo, actualizar sus valores, rescatar el modelo multidisciplinar de los hombres y las mujeres del Renacimiento. Volver al hombre y su potencial, volver a la tierra y lo que nos hace parte de ella. Dotar de valor a la experiencia independientemente de que función vayamos a desempeñar y sobre todo definir el tipo de sociedad que queremos, una que construye o una cada vez mas corrupta y antinatural.