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Crítica y nostalgia. Un pequeño elogio de la torpeza.

Hablar de pintura tiene algo de nostálgico porque no deja de ser un cierto relato de la memoria sensible. Es una memoria de los cuadros que recorrimos con la mirada no solo como contemplación de una estampa global, finita, como signo cerrado, sino más bien de sus formas de apertura. Es hablar de la experiencia que nos proporcionó el placer de recorrer los trazos, sus direcciones, contra-direcciones y las formas por las que en sus cruces determinan patrones, texturas y tramas. Pero también las sensaciones provocadas por la percepción del color y sus yuxtaposiciones, su alianza con las formas o las líneas que producen un evento determinado. Hablar de pintura es establecer la ficción de un evento que por mucho que se piense, se analice o se diseccione a través de lo escrito no deja de ser mera palabrería, sin la capacidad de producir los efectos transformadores de nuestro propio experimentar la imagen. Por eso digo que escribir o hablar de la pintura o de cualquier otro arte – la tarea del crítico – tiene algo de nostálgico, una cierta energía de recuperación, y requiere de lo poético para acercarse siquiera a rozar lo sensible, para provocar impresiones en diferido que nos traiga de vuelta de algún modo la experiencia de un evento artístico.

La posibilidad de un sentimiento de nostalgia es la misma para quien produce imágenes, para quien haya experimentado concienzudamente todas las torpezas que nos separan de la imagen. El espesor de los materiales, los contenedores, las substancias y los elementos de aplicación no dejan de ser cuerpos torpes que como si fueran marionetas o cadáveres que hubiéramos de dar vida una y otra vez. Esa torpeza – que es la nuestra propia, la de nuestro cuerpo y sus extensiones (pinceles, lienzos, etc) – no hay manera de superarla, pues no hay manera de que la sensación, con solo evocarla, se plasme por arte de magia sobre una superficie y la podamos ver en forma de imagen. Hay que realizarla, del mismo modo en que ahora, con igual torpeza, tecleo palabras unas tras las otras con la esperanza de hacer más reales los pensamientos que cazo al vuelo en mi mente.

Me pregunto si no es esa vulnerabilidad la que nos acerca a describir con mayor precisión la actividad del artista visual, o la del escritor (qué importa el medio usado para la representación). Si su verdadero éxito no vendría ya determinado por la supuesta capacidad para transferir con claridad la experiencia sensible a un formato externo sino por la posibilidad de hacer manifiesta la fragilidad o torpeza inherente de tal acto de transmisión, el error humano, demasiado humano, que nos separa de una representación perfecta de la experiencia. Pues si eso fuera de algún modo posible, entonces qué sentido tendría representarla – y para qué necesitaríamos al cuerpo (torpe) si pudiéramos tener la propia experiencia, perfecta, siempre a nuestra disposición. El destino de lo virtual, de nuestro ser “en la nube”.

Es quizá el trabajo permanente de tener que relacionarnos con la torpeza, con el cuerpo de la transmisión, el necesario pasaje que evita nuestro ensimismamiento definitivo por la imagen, por cualquier autocomplaciente paraíso de la representación, la casa del genio, donde se pierde todo contacto con la realidad de la experiencia común y se establece una realidad permanente que es en sí misma nostalgia convertida en ley de la experiencia; es decir, el peligro de cualquier “artista consolidado”.

Y no deja de ser peligroso de otra manera – pero se entiende aquí peligro para el propio ego del artista – el proceder conceptual de cualquier creación, que ofrece muy pocas promesas de experiencia (what you see is what you get). A pesar de lo comúnmente entendido, el arte conceptual poco tiene que ver con una actividad puramente mental. Por contra, el conceptual nos arroja a un divagar perpetuo por las torpezas de los medios que nos hacen ser significantes (con algo de suerte). Una exploración de los límites de este cuerpo (torpe, y siempre incapaz, siempre discapacitado en su relación con la imagen) en nuestro querer decir alguna cosa. De nunca estar ahí del todo sino eternamente aquí, en la ejecución errática del medio, en los intervalos producidos por nuestro caminar por él, en nuestras pulsaciones alternadas e implacables pero finitas como un puñado de signos o una tirada de dados al azar.

Bajo esta lectura, lo conceptual no equivaldría por tanto a una negación de la imagen, o a una “censura” de la experiencia, sino a una aclaración, o desvelamiento crítico de los signos sin los cuales ha sido históricamente imposible cualquier representación y por el momento lo sigue siendo. Es aquí tal vez donde lo conceptual se reencuentra con lo nostálgico por establecerse como recordatorio (poco más que un recordatorio, o poco menos) del centro, de un cierto principio, del lienzo en blanco, de la imagen por construir y de nuestros propios cuerpos, completamente permeados por la realidad – el instante que precede al signo.

Hacia la pintura por la palabra (II)

“¿No era ello, el verbo, lo que siempre se ha pintado – lo que siempre se ha intentado pintar? ¿Qué, sino esa voz que nombra el mundo, en lo trazado por el pincel se imaginaba haber?”

José Luis Brea. Idea de claridad: la voz de la pintura. En “El cristal se venga”.

“Existen buenas razones para que todo lo que vemos en la naturaleza exterior sea ya en nosotros escritura, algo así como una especie de lenguaje de signos que, sin embargo, carece de lo más esencial, la pronunciación, la cual el hombre debe haberla recibido de alguna otra parte”

Franz von Baader. Citado en “El origen del Trauerspiel alemán” de Walter Benjamin.

Si, hay una vuelta a la pintura, pero por que no habría de haberla. Mas allá de su condición de objeto único, favorable en el sistema del arte como elemento de especulación y símbolo de poder, la pintura per se es ejemplo emblemático de una “pulsación estilística” que puede extrapolarse, en las artes y en general, como una forma de extensión táctil hacia el mundo y la organización de sus signos. Esta pulsación estilística es el modo en que los hombres se hacen uso de las artes y sus técnicas para nombrar, a su manera, lo que contemplan y lo que sienten, con la voluntad -a menudo ilusoria- de que la lectura de lo que en su tarea producen haga sonar en nosotros la “melodía” de la experiencia.

En verdad, cuando uno pasa por alto los efectos representacionales de una pintura y mira con atención la pura superficie pictórica, deja de buscar la imagen para encontrarse con procedimientos de inscripción más cercanos a la producción de trazo de la escritura. Es en realidad esta pulsación estilística de la mano – o sus formas intencionales de ocultarla-  la que nos interesa como creadores en tanto en que partitura técnica, pero también en tanto como ejercicio alegórico de apelación a un cuerpo que se quiere nombrar, a un verbo, como lúcidamente detectó José Luis Brea. La imagen como totalidad o compendio de formas es indudablemente útil para un analista de los símbolos, para un historiador de las formas de representar el mundo. Pero todo estudio de la imagen es incompleto si pasa por alto la condición escritural de las imágenes, el modo particular (apelativo) con el que el pintor aplica pigmento en superficie con la voluntad de nombrar lo real. Las formas de aplicar el pigmento, de inscribir, de cortar, de borrar, de cerrar o dejar abierto el poro del lienzo, etc… constituyen la gramática de un procedimiento alegórico con el objeto de nombrar la experiencia y que solo algunos pintores -independientemente de su virtuosismo o “genética visual”- son capaces de dominar y a los que podemos llamar Maestros. Representar no es para ellos simplemente una traducción de la imagen mental en el lienzo sino una reproducción otra del lenguaje de las formas, una manera de expresar comprensión de los efectos que la realidad de las formas produce en el momento en el que “los objetos nos perciben” (Paul Klee. Diarios).

Una exposición retrospectiva de la obra del Maestro de la pintura Giorgio Morandi en David Zwirner Gallery de Nueva York[i] revela este proceso ya no de captura sino de aprendizaje y puesta en acción de la gramática de lo visual. El uso por parte de Morandi de los mismos referentes: botellas, vasijas, etc. y el hecho de que muchas de ellas fueran simples maquetas de fabricadas como “dummies”, meros moldes sin mas función que la de servir como modelos, nos da a entender cómo la realidad en muchas ocasiones no sirve como referente, está tan contaminada por un uso práctico que impide ver la condición escritural del mundo de los artefactos. El término pictórico “naturaleza muerta” se encuentra aquí definido con precisión: una colección de objetos que han fallecido como elementos prácticos del mundo para destinarse al trabajo pictórico. Para Morandi el hecho de la repetición de los mismos objetos, en diferentes configuraciones y proximidades, denota que hay una supresión de lo simbólico, del elemento “vanitas”. Una voluntad de comprender lo real y reescribirlo en el lienzo, como la escritura de una partitura que, ejecutada – en su propia realización, pero también en las huellas que permiten apreciar su recorrido-, se convierte en experiencia.

Esta “gramática de lo visual” se observa quizá con mayor claridad en los pliegues de las formas, en la línea rota que explica el volumen imperfecto de una vasija o una pieza de fruta, en la transición de un claroscuro… Los mejores pintores, los Maestros, no son entonces quienes hacen gala del hiperrealismo y sus formas de “esconder la mano” sino quienes permiten e incluso utilizan la torpeza, el tartamudeo de nuestras formas de representar. Es ahí donde se hacen mas patentes las maneras de hacer visible o de ocultar nuestro deseo de nombrar lo real, de escribirlo alegóricamente como una llave que nos da acceso a una experiencia profunda más allá de la retina, a una experiencia de conocimiento.

[i] Giorgio Morandi. Zavid Zwirner Gallery. Nueva York. 6 de Noviembre a 19 de Diciembre del 2015

Algunos principios sueltos del dibujo

Aprender a mirar, a observar, a ordenar el campo visual. Esto es aplicable a cualquier ordenación o inscripción dentro del campo visual. Conocimiento de reglas de composición. Ser consciente de que éstas tan solo responden a sistemas de visión propios de cada cultura.

Olvidar el virtuosismo y los tópicos de lo artístico como fidelidad de la copia. Para esto está la fotografía y en dibujo las técnicas primitivas de reproducción como la cámara lúcida.

Dibujar aquello que se ve de hecho, no lo que se cree ver. Dar cuerpo a la ilusión visual.(Por ejemplo en la cabeza de León en la silla de Vermeer). Existen infinitas formas de aludir al objeto.

Hacer visibles fuerzas que no lo son (Deleuze. Bacon, Lógica de la sensación). Presión, inercia, gravedad, germinación etc…

Conocimiento de técnicas de control de la mano, el brazo, el cuerpo. Formas de aproximación al papel. Presión – (Ex)presión

Conocer y manipular distintos estilos y modos de manipulación gráficos. Uno no nace con un estilo de expresión, se va adquiriendo al experimentar con muchos. Como todo dibujo es un experimento, el estilo está sujeto a constante evolución.

No hay trazo malo, todo son aproximaciones a la forma. Si queremos llegar a un sitio quizá no sigamos el camino más recto. Esto no significa que hayamos trazado mal, sino que hemos efectuado una “tentativa de aproximación” a un objetivo. En tal caso no retrocedemos y volvemos a iniciar el camino (borrar el dibujo) sino que la siguiente ocasión corregiremos la trayectoria.

– David García Casado

Interview with KORAKRIT ARUNANONDCHAI

KORAKRIT ARUNANONDCHAI by LEILA JACUE

KORAKRIT ARUNANONDCHAI by LEILA JACUE

Publicado originalmente en la revista impresa Túnica

 

David– Can you tell me a little about your influences and background education?

Krit– I remember working when I was younger in Paint, the program, and then doing some stuff in Photoshop before I came to America to study at the Rhode Island School of Design. In the beginning I wanted to do graphic design and then I started painting but I did it in a way that would have similar protocols as the computer programs I had worked with, working with layers and so on. And then later, many of these pictures became what you could do in Photoshop as an analogy.

For example in my “History Paintings”, it’s like in Photoshop where you can see the history, the previous actions. It’s like an object, and then the performance, and then the picture you take of it which kind of looks like a picture of an action.

Q– Is that something you are looking for, the fact that the pictures are perceived or experienced in different media, online, in a video, in an installation…?

I think so. I have been doing two types of shows: the gallery installations and the pieces for institutions. All the content of the show has another life online. I am trying to make work for both audiences, the one in Thailand who won’t get to see the show and the one in New York that will get to see the show. But I want the work to be experienced differently.

If you go to the website it’s confusing to understand what the show really is. Online there is a flattening of information where everything is equal but, for example, when you go to the show, the whole show is filled with smoke and you can’t feel that. I consider the whole gallery as an installation.

Q– What drives you do this work, more engaged with your audience in Thailand?

I think my work changed a lot when I went to Columbia. I had a shift when I finished my MFA. There is a subject called Comparative Modernism where we studied how Modernism grows in a country and how it develops in every country in parallel and not necessarily compared to the Western notion of Modernism. There is a point when Buddhism in my country was connected to Modernism and from then the idea of modern was defined by this actualized reading of Buddhism.

In the past I used to want a work that would work here and there but differently, but now I think I even want to do separate specific work for Thailand and America.

Q- How would it be different?

This is a discussion I was having with my friend last night. I had this show “Painting with history in a room filled with men with funny names” where I talk about joining a legion of male painters as an analogy of my personal history when I joined a Christian boarding school where everyone was Buddhist. I built this work in combination of personal bend, personal subjectivity and postcolonial politics –  you know, the white man painter…- and then a good amount of pleasurable, formal, tasteful arrangements. My friend was telling me that the show was set up to succeed, so the audience comes and get it and they are on my side with the good politics and all, and say: Good Job!

And it’s interesting for me because I think the shows that really change people are the ones where people don’t necessarily get it and then 3 shows later they do. And there are artists that at first you hate and, after a few shows, your perception of their work changes because they have adapted to the artist point of view. And that requires a partially antagonistic point to the viewer.

Specifically for Thai audiences I really wanted to make a show where people would be on the same page. There I want the work to be almost didactic and sort of. Succeed, where here I don’t necessarily want to succeed, you know what I mean?

Q- You think you can control that reaction in the public?

I don’t think like decide completely but I am trying to go with this set up. I think about a goal and then I go from point A to B and then I see a clear path where everything comes together.

I am going to do a couple of more shows in the Fall: one in Kansas City and one in Milan and I really like the idea of series. I am revisiting my old work and reprocessing it. I am trying to figure out how to continue this series trying to make it harder in a way.

Q- It would be almost like a TV show series?

Yeah, but it is more like a trilogy where you can feel it is made by the same person and it’s the same work, but at the same time I probably want the second piece to somewhat betray the audience that follows the first ones and loves them a little bit. I want the second one to be harder but it will be framed as the first one so the people are going to connect with it.

Q– How is that connected to your life?

Each video reflects my life and people I meet and the process of making the video connects it all. Last summer I was in a residency in Maine. It’s really hard to get selected for their program. When you are there you are in nature, free of responsibilities, and the reason for this residency is for you to be there and rediscover yourself and reinvent yourself reflecting upon the work from other artists and nature.

Q- I can see some of that in your video pieces. How did this experience influence your work?

There is this text about this man who introduced modern art in Thailand, actually it was an Italian in the 1930’s. A sculptor from Florence who later on was given a Thai name that basically means “art”. He is like the father of modern art in Thailand. He wrote a very romantic text about art and nature I introduced in my installations. And the idea basically was kind of making art as a big thank you to nature. And then there was this woman in a TV program that made a painting live with her boobs and then became a taboo thing because she actually had been paid by the program. And the ultimate guy from this romantic school, highly modernist and Buddhist, talks about it and how the Western countries would do it be better. And the people start asking then “what is art?”, and he answers it on the TV, telling everybody how this is bad because she doesn’t know about composition and stuff… The video is about how I saw it and how I end up making the same painting.

Q- Because you are a “valid” artist, and a man…

Exactly, the point is that I think my version would be OK for them, because I don’t show sexual parts and I am a man, even though it’s basically the same result. Every time I am reenacting this performance and I would like to eventually meet her and collaborate with her. I don’t know if she would agree but…

Through my position and the cultural value I have, making art in the west, somehow I can generate a cultural value that links to a monetary value to this paintings that will return to Thailand, circulating from the West.

Q- With the aura of the West

Yeah. There is this weird thing that me being Thai and living in America adds a culture value to my work almost immediately, and at the same time me, being in Thailand as an artist but being “approved” by the West, that gives validity to this action and this symbol. Even though I am trying to develop very democratic skills related to everyone, like the use of denim, bleach, fire…

Q- What are you working on right now?

There is this temple in Thailand with millions of followers (Krit is talking about Dhammakāya movement) and they had this video lecture about what happened with Steve jobs after he died. Where did he go after he died and why he got cancer. The temple, visually, is really extreme.

Since it came out I wanted to write a screenplay and then make a feature film based on this. To think about Steve Jobs and Apple and how that connects and in a way opposes to Buddhism is very interesting to me.  So the idea is making a kind of a road movie where these three girls are coming to America and then meet a guy who resembles Steve Jobs and try to find him and in the way, they meet a lot of surrogates of him that kind of lead them to him and finally. the lead character meets him at the Spiral Jetty.

The whole video is linear but with a lot of flashbacks, like in the TV series “Lost”. And I am kind of working on installation pieces which will become or feed the material for the flashbacks. But at the same time they are projects on themselves.

Q- Do you have the whole script connected, at least in your mind?

I am working on it for the next two years. Before I do this I need to do a lot of research about the temple and have interviews with members of this movement. I am planning little by little by little and it’s probably better to let it grow organically as I grow myself.

Hacia la pintura por la palabra (1)

Memento Mori - DGC

Memento Mori – DGC

Después de ordenar los lienzos, botes y frascos del estudio me huelo los dedos, impregnados ligeramente de aceite de linaza, y diversas imágenes se agolpan en la memoria como bestias blandas, casi transformando mi realidad circundante, decididamente alterándola o tal vez simplemente volatilizándola. Imágenes de otros lugares, cuartos para pintar, desangelados espacios que fui llenando de objetos de naturaleza mortecina a los que la pintura habría de insuflarles algún tipo de vida o de la presencia que, por el paso del tiempo o la falta de uso, habían perdido.

Pesando en ello, mis sentidos se saturan de una nostalgia fetichista del color, el pigmento, la mezcla con el aceite y las dosificaciones de barniz y trementina, el polvo de cal y los botes de pinceles, auténticos supervivientes de mil roces y lavados químicos; raquíticos palitroques con sus lacas desconchadas, más bellos que nunca. Por no hablar de los trapos, las suavísimas telas de algodón, harapos de gastadas camisetas o sábanas viejas, empapados de productos y colores en combinaciones insólitas que eran una especie de breviario, un índice de los colores y de la acción que tenía lugar en el cuadro. El cuadro, un objeto que se me muestra desplazado en el recuerdo por todos esos rituales y todo ese increíble despliegue, tan rico y tan plástico como la propia obra.

Ahora parecen más vívidos los cuadros que pinté en la experiencia, antes de siquiera tocar el lienzo con el pincel; las horas que pasé con los objetos, el cambio de luz de los días y de las horas, los cafés a medio beber en la mesa y los ceniceros con colillas de cigarrillos liados a mano de cuando fumaba, los catálogos de pintura en una pila, a veces modelos ellos mismos para un cuadro… Por alguna razón los momentos de acción no están en mi mente: las líneas liberaron a los recuerdos, las veladuras me separaron de mi conciencia. El modo en que nos acercamos y nos separamos del cuadro es una alegoría perfecta de estos modos de aproximación a la conciencia: me acerco para perderme, me alejo para ver.

La lección numero uno de pintura es encontrar la distancia adecuada. Mantenerse en el medio entre dos espacios, el real y el de la representación, aunque no esté siempre claro cuál es cuál. Extendiendo al brazo con el pincel en la mano para tocar el lienzo siempre me he sentido cual tirador de esgrima, buscando el toque perfecto. También encuentro fascinante la exquisita aproximación vertical de la caligrafía japonesa, o el modo en que algunos pintores como Pollock con la técnica del dripping o Francis Bacon con sus precisos lanzamientos de pintura fueron capaces de ser tan certeros y tan capaces de vencer sobre el cuadro, ese espacio que en ocasiones puede resultar inabordable y acorazado. Las sutiles perforaciones de Lucio Fontana son tal vez el ejemplo más exitoso de esta pequeña guerra con el lienzo, al final la herida ponderada y certera es la más poderosa.

Más allá del componente visual de una obra está todo este combate que tiene lugar en el estudio, un espacio vital del que el cuadro es fragmento, ventana cuya imagen permanece detenida, congelada, como un recuerdo de todo lo que no es ella misma.

Publicado en Salon Kritik

Roto idilio americano. Sobre la obra de Dan Attoe

Originalmente en Peatom

—”(…) era sólo una suposición, pero se me ocurrió que Blakelock había pintado un idilio norteamericano, el mundo que los indios habían habitado hasta que apareció el hombre blanco para destruirlo. (…) Tal vez, pensé, este cuadro quería representar todo lo que habíamos perdido. No era un paisaje, era un monumento, una canción fúnebre para un mundo desaparecido”. Paul Auster. El Palacio de la Luna.—”Marlon Brando, Pocahontas and Me” Neil Young. “Pocahontas“

“Una canción fúnebre para un mundo desaparecido”. Los que hayan leído el libro de Auster reconocerán en sus páginas, sin duda, cierto tipo de nostalgia de una América precolombina presente también en los cuadros de Dan Attoe. Nativo de la costa oeste americana y muy en contacto con la naturaleza en estado salvaje —donde pasó su infancia ya que su padre era empleado del Servicio Forestal de los Estados Unidos—, sus cuadros representan paisajes norteamericanos pero plagados de microescenas que incluyen momentos de alteración del orden natural por parte del hombre blanco.

En dichas escenas se representan carreteras, cruces, puentes, presas… asentamientos clave en los que se decide la geografía política de un territorio.

Dan Attoe parece estar muy interesado por rastrear los síntomas brutales del modelo de colonización territorial que desarrollaron los Estados Unidos, y sobre todo por los efectos en el contexto imaginario que supuso dicha colonización y que se reflejan en la musica Country & Western popular a través un rico abanico temático que incluye el desarraigo, la belleza del paisaje, el alcohol y el sexo, el pecado y la redención, la guerra de secesión, el uso del revólver como herramienta de defensa del territorio y de la propia vida, el ferrocarril como herramienta artífice de mapas territoriales… La Carter Family, Johnny Cash, Neil Young, Tom Waits… son referentes musicales, literarios y emocionales imprescindibles para Attoe. Pero también los ejemplos de la white trash americana actual. Metallica, el heavy metal, Nirvana, el grunge, ejemplifican los efectos más contemporáneos del desarraigo y quizás de la falta de adaptación real de una gran parte de la población al territorio y a los modelos de identidad propuestos por las grandes industrias: la armamentística y la del espectáculo.

Los cuadros que podemos ver en el Musac representan, mediante una técnica realista clásica —con referentes de la Escuela del Río Hudson—, al hombre como sujeto de todos esos procesos de identidad. En sus títulos: Everything is more complicated than you think it is (Todo es más complicado de lo que tú piensas), You are full of magic (Estás lleno de magia), Always wait for me (Siempre espera por mí) o Trying to control everything (Intentando controlarlo todo), se expresan voces de una generación que recoge una inmensa y sobre todo reciente historia de contrastes: tradición y modernidad; religión y espíritu profano; guerra y revolución pacífica; crecimiento y recesión económica. Contrastes unidos por una bandera que, pese a perder brillo, sigue siendo un poderoso referente político e imaginario a nivel global. La obra de Dan Attoe nos recuerda que antes de todo eso, había un territorio regulado por fuerzas más poderosas aún, más misteriosas y más bellas.