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El fantasma de James Lee Byars

–Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
–La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
–Iré a verlo inmediatamente.

Borges. El Aleph

De todas las piezas de la exposición “James Lee Byars: 1/2 an Autobiography”* en el MoMA PS1 de Nueva York la que nos resulta mas enigmática es El fantasma de James Lee Byars [1], que consiste en una sala completamente oscura que el espectador ha de atravesar, cruzar hasta que adivine la salida en el extremo opuesto. En toda la sala nada hay que ver, ningún sonido o ningún elemento perceptivo compone la pieza. Aun a sabiendas de que estamos en el espacio vigilado de un Museo nos resistimos a entrar; el instinto nos advierte de los peligro de la oscuridad absoluta y nuestra primera reacción es la de retroceder, huir. Una vez dentro buscamos, casi desesperadamente la brecha, cualquier rastro de luz, la apertura hacia algún tipo de “afuera”. Lo oscuro nos produce claustrofobia y casi no podemos creer en la promesa de un lugar iluminado al otro lado. ¿Por qué nos da miedo un espacio tan sumamente controlado y asistido como es la sala de un museo de arte contemporáneo? Obviamente se trata del miedo a la oscuridad; un miedo infantil común pero que se basa en razonamientos quizá más complejos y relativos a la esencia del ser. Nos aterra la incertidumbre de lo oscuro, la carencia radical de todo tipo de límites, a saber, y principalmente, el límite de nuestro propio cuerpo. En lo oscuro es donde nuestros pensamientos y sensaciones se deslocalizan, parecen hacerse imagen y abandonarnos. Es entonces la luz algo parecido a una mano (divina) que los contiene, el tapón que cierra el desagüe de nuestra conciencia.

En primer lugar la luz es aquello que nos define como forma, nos separa del resto de las cosas y nos da un efecto de identidad; pero además la luz es lo que nos permite “apropiarnos de las cosas con la mirada” [2]. Este principio de visibilidad como modo de asegurar la presencia es algo que Heidegger describía como principio de composición del ser. En la oscuridad nuestros límites se hacen indiscernibles de las imágenes que contenemos y nuestras sensaciones se confunden, el sentir se convierte en una experiencia de simultaneidad e incluso perdemos el sentido del tiempo. La incertidumbre que produce la deslocalización de las sensaciones resulta aterradora; tememos perdernos en lo abstracto, tal vez para siempre.

“La luz (phos), en todas partes donde este arké manda y comienza el discurso y da la iniciativa en general (phos, phainesthai, phantasma, así pues espectro, etc.) tanto en el discurso filosófico como en el discurso de una revelación (Offenbarung) —o de la revelabilidad (Offenbarkeit)—, de una posibilidad más originaria de manifestación.” Jacques Derrida [3]

Es bien sabido que la oscuridad es el lugar de los fantasmas y de los espectros, formas de luz descompuestas, con límites indefinidos, fugados. Los espectros como escribe Derrida son la promesa de una revelación. Si los espectros nos espantan es porque no estamos preparados para asimilar el significado de dicha revelación. La que nos quiere llevar con ellos o quizá recordarnos que somos más que una pura forma.

“La condición previa de la imagen es la vista, decía Janouch a Kafka. Y Kafka, sonriendo, respondía: ‘Fotografiamos cosas para ahuyentarlas del espíritu. Mis historias son una forma de cerrar los ojos’” [4]

Ante lo aterrador cerramos los ojos casi con la misma voluntad de un obturador (el ojo ES un obturador) [5]. Basta con cerrar los ojos o abandonar un espacio para que los objetos desaparezcan y lo único que nos queda de ellos es la frágil e inestable imagen del recuerdo. Recuerdos que nos asaltarán quizá a medianoche, la hora de los fantasmas que es también la hora del sueño.

La noche es lo que más se acerca a una oscuridad total, nunca cerrada del todo, siempre con las estrellas, muchas veces ya extinguidas pero cuya luz permanece visible – ¡acaso no son las estrellas sino espectros! “Imaginad un universo poblado de todas las presencias de lo que ha sido expandiéndose, como las estrellas mismas, hacia los confines más remotos del universo” [6] escribe José Luis Brea. La inefable y misteriosa noche, es entonces ese espacio poblado de presencias, casi eclipsadas por la cercana luna, esa brecha que, casi brutalmente trazada por encima de nuestra mirada, nos advierte del “imposible silencio de la representación.” [7]

Para Henri Michaux la noche era El telón de los sueños. La apertura de un universo donde todas las presencias coexisten [8]. Durante la noche nos resulta completamente natural soñar. Cuando estamos soñando habitamos más allá de nosotros mismos, en un estado alfa en el que abandonamos la conciencia y olvidamos los límites del cuerpo, con los sentidos “retardados” por la blandura y suavidad de las sabanas, los colchones y almohadas. Protegidos dentro de este espacio acolchado, opaco, en el que nos insertamos cada noche, nuestra conciencia es una cámara que registra en velocidad B los espectros que la actividad neuronal y los estímulos nerviosos “proyectan”. Una filmación, insisto, en velocidad B, con el obturador plenamente abierto, sin cortes o interrupciones conscientes, dejando entrar y salir las imágenes sin orden, espacio o tiempo premeditado. Acaso sea el sueño el momento en el que “ la luz borra sus huellas; invisible, hace visible; garantiza el conocimiento directo y asegura la presencia plena” como nos recuerda Maurice Blanchot.[9] Pero quizá sea esa otra de nuestras maldiciones del arte [10], la de nunca poder capturar esa experiencia. Por eso el relato de los sueños es siempre decepcionantemente impreciso o carente de la emoción de la presencia. Y por eso tan a menudo no hay registro alguno: el despertar nos ofrece una imagen velada; nada consciente que recordar, tan solo la certeza de que algo tuvo lugar, una experiencia intensificada que podemos aun sentir en la laxitud de nuestros nervios.

Quizá ninguna experiencia directa pueda ser expresada sin perder gran parte de intensidad en la traducción del verbo y de su necesario trazo. Estamos condenados a convivir con lo indirecto, que es el lenguaje, y es esa nuestra cadena, la cadena de la palabra que hemos de recorrer en su trazado o en su lectura, la que arrastramos en nuestro morar por el mundo. Y esto es lo que nos puede dar la clave para leer de un modo indirecto El fantasma de James Lee Byars y descubrir como no debemos tal vez de buscar a su fantasma en la oscuridad de la sala sino en el propio título, en la frase que nombra la pieza, que leemos antes de entrar en la sala y que, de un modo primitivo, da existencia a esa gran nada, esa oscuridad que hemos de atravesar para salir a la luz del sentido, y que es tal vez una perfecta alegoría de la palabra.

Publicado en SalonKritik
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* Esta exposición se inauguró -en una primera edición- a finales del 2013 en la apertura del nuevo museo de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo. Curada por Peter Eleey y Magalí Arriola. [N. de la E]
Notas

[1] The Ghost of James Lee Byars es una de las piezas seminales del artista y fue instalada por primera vez en Düsseldorf en 1969
[2]”Ereignen significa asir con los ojos, esto es divisar, llamar con la mirada, apropiar”. Heidegger, Identidad y diferencia.
[3] Jacques Derrida, Fe y Saber.
[4] Roland Barthes, La cámara Lucida.
[5] Conviene aquí recordar la magnífica pieza “Blinks” de Vito Acconci.
[6] Jose Luis Brea, “Idea de claridad” http://salonkritik.net/10-11/2012/05/idea_de_la_claridad_jose_luis.php
[7] Ibíd.
[8] Henri Michaux, Maneras de dormido, maneras de despierto.
[9] Maurice Blanchot, Nietzsche y la escritura fragmentaria.

Tan lejos, tan cerca: La palabra

Me gusta ocultar mis sentimientos a los ojos de mis congéneres, sin que, no obstante, me esfuerce aprensivamente en hacerlo, lo que consideraría un gran defecto y una gran tontería.

Robert Walser. El paseo.

Mi convicción es la de que el artista, siendo el enemigo de la sociedad, por su propio bien debe de permanecer tan invisible como sea posible y ciertamente indistinguible del resto de la multitud.

Paul Bowles. Without Stopping.

Qué poco dicen a veces los hombres, que apenas dejan entrever restos de experiencias en sus cuerpos o en sus ropas. En especial los escritores, casi siempre camuflados, vestidos de un modo neutro, “indistinguibles del resto de la multitud”, y a los que solo un tipo de presencia singular nos hace reconocer que están ahí, en un cierto abismo existencial, colgados de la experiencia de los hombres.

Pero también hay individuos capaces de decir tanto en su forma de mirar, de vestir, de moverse… No necesitan escribir una palabra pero están haciendo literatura viva, quizá pidiendo a gritos entrar en el imaginario colectivo, que alguien los inmortalice en alguna historia, que los retrate de un modo más o menos perfecto. En cualquier caso ellos son los verdaderos autores de su ficción, del modo en que hacen la experiencia algo visible, y leíble (aunque no necesariamente legible).

Algunos condensan en el mercurio de su mirada una experiencia acumulada que permanece hermética. Historias que tal vez nadie contará a menos que lo hagan ellos mismos. Cuántos diarios habrá escritos conteniendo las experiencias más increíbles que cualquier hombre pueda vivir. Y aun así, aunque alguien los encontrara y sacara a la luz, ¿los convertiría eso en literatura?

“Si hay un sueño que jamás me ha abandonado, haya escrito lo que haya escrito, es el de escribir algo que tenga la forma de diario…es el disgusto de mi vida, porque lo que me hubiese gustado escribir es eso: un diario total”[1]. Para Jacques Derrida la literatura es un acto de democracia radical pero también de una irresponsabilidad de la palabra. En el momento en que algo se lanza al mercado literario la huella de la palabra se escapa y se pervierte la relación entre el que escribe y un otro. Un experto de la perversión, Michel Houellebecq, lo sabe bien y huye de la huella personal, de lo diario cotidiano. Según él, se puede escribir a partir de las experiencias de otros, incluso mediante un corta y pega de Wikipedia. Es en el arte de la conexión de palabras y de los relatos donde se realiza el acto literario no en la palabra en sí, ni en su huella. La huella, como el inconsciente, no dice nada, es el simple resultado del peso específico de nuestra experiencia.

Me pregunto si es necesario escribir físicamente para hacer literatura. William Burroughs intentó zafarse de la palabra, de ese virus que infecta conciencias con resonancias que nos condenan a repetir los mismos hábitos y a caminar los mismos senderos; construcciones que nos dicen es por aquí, o ese no es el camino. Junto con Bryon Gysin inventaron el cut up que es también el cut the crap: no necesitamos las estrellas para orientarnos porque no vamos a ningún sitio en concreto, nos movemos en renglones yuxtapuestos: danos una navaja y escribiremos nuestra historia. El cut up es solo una técnica de conexión pero según ellos es la ventana en la que se cuelan los acontecimientos por venir, las historias futuras. “When you cut into the present the future leaks out.”[2]

Si es posible hablar sin decir nada, también es posible decir con silencio, sin decir ni mu [3]. La palabra es lo que únicamente lo que hay antes y después del silencio. En realidad es el silencio lo que da sentido a la palabra ya que si no hubiera silencios no serían posibles las definiciones y sin una definición una palabra sería inestable, un radical libre; podría significar lo que uno quisiera, como un vocablo del Jabberwocky. Es eso lo que Burroughs y Gysin buscaban, crear una organización de silencios que desmontaran las definiciones.

La palabra es indisociable del sonido de su pronunciación. Reconocemos la palabra porque la hemos escuchado, ¿cómo si no habríamos de usarla? La voz es lo que hace que la palabra resuene en nosotros para que podamos recordarla. La palabra escrita carece de efecto sin el recuerdo, el eco de la pronunciación de los fonemas que la componen en nuestra memoria [4]. El autor se hace presente en el espacio intermedio, en las formas de silencio. Es precisamente en el silencio donde esa voz entra en escena, inadvertidamente, como cuando escuchamos el murmullo de Glenn Gould colarse en los silencios entre las notas de su piano. Lo que nos permite comprender el efecto y sentido último del texto –como si de una partitura se tratase- es el balbuceo mudo que le ponemos al leerlo, se trata de la música de la experiencia resonando en nuestros nervios. Por eso necesitamos el silencio para leer -es una forma de meditación y cuando algún otro sonido interfiere o alguien nos habla dejamos de escuchar esta voz, se trata de una interrupción atroz.

DGC- The last words

DGC- The last words

La palabra hablada pronunciada “correctamente” es esencialmente insignificante, tiene sólo un carácter instrumental; es una llave de paso, la apertura y el cierre de un intercambio. Sabemos que después de un gracias habrá un de nada, después de un hola vendrá un adiós y después de un buenas noches habrá un buenos días. Y si no es así es porque existe una fractura terrible por la que se pierde algo, tal vez todo. Es el lugar que habitan los ángeles de Wenders, tan cerca pero tan lejos del mundo [5]. Perdidos en el limbo, habitando en el mismo insoportable silencio posterior a las últimas palabras del piloto del Vuelo 370 de Malasyan Airlines: “All right, good night”… Nunca un mensaje tan aparentemente tranquilizador sonó tan terrorífico. Necesitamos escuchar la palabra, el Good morning, que abra la posibilidad de un nuevo día, para saber que existimos, que podemos oir -como a los pájaros al amanecer- la música de la experiencia. Que seguimos en el mundo de los que sienten y recuerdan las experiencias y necesitan expresarlas con palabras, como éstas.

Publicado en SalonKritik
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Notas

[1] Jacques Derrida. Palabra. Entrevista con Catherine Paolett.
[2] “Cuando cortas en el presente, el futuro se derrama”. William Burroughs. Break through the grey room).
[3] Mu proviene de muttum, vocablo que designa el sonido que hace alguien con la boca cerrada y de donde proviene tambien mot, palabra en francés.
[4] Las palabras son en realidad entidades mudas y si dicen lo hacen porque nosotros las hacemos (re)sonar en nuestra mente, como probablemente lo hagamos ahora mismo con estas palabras, que suenan gracias al lector con una voz que tampoco es la mía, porque incluso yo al escribirlas carezco de una.

[5] Wim Wenders. Tan lejos tan cerca.

“Ustedes…
Ustedes a quienes nosotros amamos…
Ustedes no pueden vernos…
No pueden oírnos…
Nos imaginan tan lejos
y estamos tan cerca…
Somos mensajeros….
para acercar a quienes estás lejos.
Somos mensajeros…
llevamos luz a la oscuridad”.