August 4, 2013 Eremitas de cuarto Publicado originalmente en SalonKritik Speeding motorcycle, won’t you change me? / In a world of funny changes / Speeding motorcycle, won’t you change me? La voz de Daniel Johnston* suena en el cuarto acompañada de una básica melodía propia de un jingle televisivo o de una serie de dibujos animados, la banda sonora de las aventuras del fantasma Casper, por ejemplo, que es el alter ego de Daniel. Hay algo tan dulce en la canción, Speeding motorcycle, pero también tan psicodélico, algo que se agarra al placer de la suavidad sintética, onanista, de la manta del cuarto que nos protege de un mundo frío, adulto y sin música. En el cuarto están los juguetes, las imágenes, los instrumentos que nos permiten recrear la banda sonora de nuestros sueños más salvajes, que a veces son también los más inocentes, y pretender que nos comunicamos con nuestros ídolos musicales, aprendiendo los acordes y haciendo melodías sobre sus canciones. Crecimos con los ritmos infinitos de los casiotones y las guitarras que nos regalaron en la primera comunión, creíamos que seríamos capaces de vivir en la burbuja outsider de nuestros juegos mentales, de nuestros pequeños placeres, carentes de la agresividad reivindicativa de nuestros antepasados, inexplicables y tal vez inútiles como forma de protesta, pero protestas al fin y al cabo contra la aburrida asimilación de lo real. Para nosotros lo real era abrupto, intragable, como unas lentejas frías y sobre todo carente de imaginación. Los cantautores eran, son, ridículos narradores de un mundo al que nunca pertenecimos, los problemas eran sencillamente una forma de angustia repetida como amenaza permanente de nuestro mundo, de la adorable fragilidad de nuestra conciencia. Las canciones para nosotros no estaban hechas de palabras con sentido sino de frases que expresaban la fugacidad imperativa de nuestras necesidades “¿Qué puedo hacer?”, “Viaja por países pequeños”, “pon tu mente al sol”, “córtate el pelo”… soluciones que no lo son, porque adorábamos las preguntas y desconfiábamos de las soluciones; nos daban vergüenza ajena. La sabiduría de viejo no era aún para nosotros, la tuvimos que reconocer a fuerza de realidad. Todavía somos eremitas de cuarto, inadaptados sociales salidos de una película de Harmony Korine, adoradores de las historias que hurgan en lo más sórdido, en lo siniestro freudiano, en las palabras más dulces pero que pueden llegar a asustar. Queremos vivir en el instante más salvaje, aquel que no nos obliga a ser, queremos ser cabezas borradoras. Devotos de lo fi y la insondable extensión de las partículas magnéticas. Felices cuando llueve porque el paisaje desde nuestro cuarto se convierte en más bello, más distante, realidad saturada, ruido blanco en el cristal de la ventana. ‘Cause we don’t need reason and we don’t need logic We’ve got feeling and we’re dang proud of it Speeding motorcycle… Dedicado a Nacho * El miércoles pasado Daniel Johnston dio un concierto en Casa Encendida donde actualmente se presenta una exposición de su obra. Crítica Cultura Musica SalonKritik Daniel Johnstonjuventudlo fiTiempo