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Conversación con José Maldonado a.k.a. Limboboy

Texto publicado en El Estado Mental

DAVID GARCÍA CASADO: Querido Maldo, me gustaría, si tienes tiempo, iniciar algo de diálogo. Quisiera empezar aquí (luego podemos usar otro medio) y tal vez partir de ese texto que has compartido en FB de Barbara Carnevali, con el que en principio no estoy muy de acuerdo pero me gustaría saber tu impresión al respecto. Puede ser un inicio…

Personalmente entiendo que lo que se llama “teoría” es una aproximación a un problema estético, político, sociológico, etc., a través de herramientas conceptuales que casi siempre tomamos prestadas, son muchas veces ideas de otros o que otros han desarrollado. En este sentido sí veo que el ejercicio de la teoría puede ser un IKEA de la filosofía, superficial y tal vez poco duradero. Pero por otro lado creo que esa democratización del pensamiento es positiva. Da herramientas y soluciones, como digo, temporales, pero pueden ayudar a entender mejor y más complejamente un momento sociocultural. Obviamente la filosofía es una disciplina que requiere absoluta dedicación y pienso que por supuesto debería de tener un papel más relevante como forma de conocimiento.

JOSÉ MALDONADO: Estimado David, será un placer conversar contigo. Indicas que son “ideas de otros” aquellas que se “emplean” en la denominada por Carnevali Teoría, pero creo, sabemos, que Carnevali recorre una senda que ya otros recorrieron y que de alguna manera está muy implantada en amplias regiones de las diferentes actividades humanas de conocimiento. Tanto tú como yo hemos experimentado esa resistencia a la llamada Teoría en diferentes ámbitos: las escuelas de arte -la esfera artística en general- pero sabemos, que también es una actitud muy extendida en otros campos de conocimiento. Por poner un ejemplo, buena parte de los estudios de Física Cuántica sufrieron durante muchos años, y aún lo padecen, de cierto rechazo a cierta Teoría. Puede parecer algo diferente, pero si se analiza con detenimiento no lo es tanto. La Filosofía durante siglos fue el crisol de la teoría y de una relación de comprensión mutua con la naturaleza… la lógica pitagórica, los estoicos, tan queridos por Deleuze, forjaron un andamiaje sólido que a finales del siglo XIX pasó a ser territorio de matemáticos. Esta circunstancia dio paso a la pérdida del lenguaje natural que, aunque formal, no era formalista. Es en este sentido en el que me refiero a cierta teoría en el campo cuántico, y creo que esto es relevante… Descartes, Leibniz, Barrow o Newton eran unos catalizadores deslumbrantes de la sobreabundancia de la naturaleza… de sus infinitas, o al menos muy amplias, posibilidades. Todo, claro está, como resultado de una mirada más o menos ingenua e ingeniosa pero también despreocupada de los falsos problemas, que tanto intraquilizaban a Bergson. Quiero decir que había mucha heterodoxia, más que ahora, y una actitud diferente al aproximarse a los hechos. Einstein es un caso claro de pensamiento divergente.

En cualquier caso Carnevali trata en su artículo el asunto con delicadeza y respeto -creo que una clave está en la inclusión de Latour al final de su lista de pensadores-, pero al final, cierta conclusión de su reflexión es “zapatero a tus zapatos, dedícate a lo tuyo y no confundas”.  Es en este punto donde la expresión que tú empleas (“las ideas de otros”) parece casi comulgar con la insistencia de Carnevali. Mi manera de entenderlo es que las ideas son de todos y todos manejamos las ideas, y los conceptos y la aplicación de los mismos, con mayor o menor fortuna… pero con “propiedad”. Ahí es donde la Teoría Crítica, y no solo la Teoría, en la versión cotidiana -permíteme que lo exprese así-, desarrollan su función. Las ideas son propiedad de todos porque la mina, el territorio, la sima o el filón del que se extraen es un bien común. Otra cosa son las regulaciones comerciales y las propiedades intelectuales al uso -es otro medio- y también la resistencia a las mismas; la evolución y las muy diferentes maneras en que son tratadas en uno u otro ámbito. Para mí, conceptos fundamentales son el aproximarse y el error. La Teoría de los no especialistas aporta descubrimiento e inquietud… Confusion is next, decían Sonic Youth en su álbum Confusion is sex¹.

… en este sentido va parte de lo que quiero decir en mi comentario. Tengo la sensación de que resulta muy filosófico, en cierto modo, claro.

Permíteme que apunte aún una cuestión más sobre Carnevali. Creo que el respeto que exuda su largo comentario  tiene su origen en la actividad laboral que realiza, la pedagogía, pero en ciertos puntos llega a recordar a la perniciosa mexicana que anda por ahí confundiendo a las mentes fáciles.

La Teoría es necesaria, pero no escrita así y por tanto calificada como generadora de confusión (lo que no es malo en un sentido spinozista: no nos descompone). Es necesaria una actitud teórica de pensamiento, palabra y obra (esto suena raro, pero hacer también es teorizar -hacer lenguaje es dar lugar a la palabra, entre otras muchas formalizaciones y realizaciones del lenguaje), actitud teórica decía, que permita generar ideas, desarrollar conceptos y construir “útiles”, sean estos puentes, instalaciones, objetos de sentido estético o sopas confusas: dan trabajo, pero de eso se trata. No hay que tener miedo a la Teoría, tampoco a la supuesta mala Teoría, y mucho menos a la Teoría hacia la que apunta Carnevali.

DGC: Eso último que dices está muy bien. Entiendo que encontrar una idea, o llegar a ella, requiere un cierto trabajo o disposición. En ese sentido sí estoy de acuerdo con ella, pero no estoy de acuerdo en que la aproximación al trabajo de teorización de esas ideas sea únicamente una actividad correspondiente a los filósofos. Como tú dices, no hay que tener miedo a la mala teoría ni tampoco al mal arte. Son importantes aquí las políticas del arte, al igual que las políticas de la educación, las políticas científicas…

JM: Insisto en que es interesante reparar en la inclusión de Bruno Latour en la lista (no sé cómo no está [Bernard] Stiegler). Se detecta una cierta resistencia contra el postestructuralismo -soterrada- y por supuesto contra la Teoría Crítica de Adorno o Max Horkheimer, entre otros. Entiendo que hay especializaciones, indicadas estas para los “obreros especializados”, pero no todo es especialización (ni fordismo o toyotismo y sus correspondiente posts y “aleaciones”). Hay otros modos de producción de sentido, y por tanto de conocimiento, que no atienden a la necesidad de especialización… una especialización que en definitiva es una trampa y una acotación de territorios (estancos, estancados y estancantes) que no beneficia al desarrollo de las sociedades y a la libertad de las mismas… al conocer y al conocimiento alcanzable. Mario Bunge es una especie de adalid de este tipo de actitud del zapatero a tus zapatos, de la filosofía exacta (inquietante) y del realismo científico (y él sabe lo que dice y lo dice con propiedad, la propiedad del especialista. También el sacerdote habla y actúa con una propiedad alucinante).

DGC: La propiedad del especialista, qué gracia.

JM: Es su territorio, de él y de los suyos, y sólo de ellos. También los especialistas constituyen banda y saben lo que es el crimen. Lo exportan y desde él generan las normas, desde su inmenso territorio, desde la banda y desde el crimen que cometen contra aquellos que están fuera de foco y de su norma.  Tengamos en cuenta que conceptos e  ideas como algunas de las que se generaron desde la filosofía, ética y moral, también desde la teología y la religión (pseudofilosofías estas), rigen el comportamiento de las sociedades, lo regulan e instituyen. A lo mejor se me ve el plumero materialista… Diferente al de Bunge, mi materialismo es torpe e inexacto.

En esto que comentas de las Políticas es donde Carnevali se desespera cuando cita la idea de biopolítica foucaultiana… pero es que todo lo que se desarrolla desde ahí tiende a ser liberador y por tanto una toma de conciencia muy importante de los factores o campos de conocimiento y “poder” que determinan la evolución y el desarrollo de las sociedades en sus diferentes niveles de acción y “creación” de riqueza y patrimonio común, de los bienes comunes que se comparten. Aquí Mauss, y una parte del estructuralismo molan con todas las aportaciones que hacen para lo que vino después…

Insisto, lo de Latour es importante… tiene un fuerte “deje” heideggeriano. Stiegler es también muy interesante… y también había por ahí un canadiense, Harold Innis, que tiene una teoría de la comunicación coetánea de McLuhan que es muy intensa e importante. De hecho, Innis era economista.

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La ilusión del privilegio. Hacia una nueva ética de especie.

bird

Publicado en El Estado Mental

El animal que hay en nosotros quiere ser engañado; la moral es una mentira necesaria, para no sentirnos desgarrados “interiormente. Sin los errores que residen en los supuestos de la moral, el hombre habría seguido siendo animal, pero de este modo se considera algo superior y se impone las leyes más estrictas. De ahí que le horroricen los niveles más cercanos a la animalidad; de ahí que quepa explicar el antiguo desprecio hacia el esclavo, como el ser que no es aún hombre, sino cosaFriedrich Nietzsche. Humano demasiado humano.

Gilles Deleuze detalló en alguna ocasión, con su característica y minuciosa creatividad conceptual, las condiciones del devenir animal del hombre, sus agenciamientos y técnicas de territorialidad, las formas en las que el cazador es capaz de rastrear a su presa, convirtiéndose de algún modo en animal depredador observando signos de territorio y huellas de paso. Lo cierto es que ésta si se quiere exploración de las diatribas de la caza se nos antojan hoy en día románticas e idealizadas, hermosas como literatura pero desgraciadas en la práctica. Hay algo miserable en la idea de la caza moderna pues parte de una función de mero lujo cuyo perfeccionamiento tecnológico no nos acerca a la realidad del reino animal sino que nos posiciona en el territorio de la pura dominación de especie y la demostración gratuita del poder de la inteligencia para fabricar soluciones para nuestra propia impotencia ante los animales y como especie. La caza es entonces la escenificación violenta de unas condiciones de poder artificiales con el objetivo de suplantar e ilusoriamente capturar los atributos del animal, su velocidad, su fuerza, su olfato, y en última instancia su piel, convertirla en nuestra, superar el trauma de nuestra fina y sensible piel, fácil de rasgar, nuestros débiles dientes y huesos, nuestra torpeza de movimientos…  

Atendiendo a esta debilidad esencial de los hombres frente a lo salvaje resulta vergonzoso contemplar ahora los usos de las pieles animales, del cuero, de los visones, la piel de cocodrilo como iconos del confort, la clase y el lujo cuando en realidad son exhibiciones de la impotencia, substitutos para nuestra incapacidad como especie. Ante esta “exhibición de atrocidad” (Ballard) de las sociedades contemporáneas resulta insultante, por evidentemente falso, el hecho de que se haga gala de una supuesta superioridad del hombre cuando sus flaquezas tanto físicas como éticas resultan tan flagrantes. Entonces, todo planteamiento que quiera ser verdaderamente ético debería de partir de este hecho, que los animales poseen superioridad como especie, que sus formas de territorialidad de composición y de relación con el medio ambiente que les rodea – aportándole beneficios y retroalimentándose de ellos-  poseen una complejidad muy superior que las del ser humano, infinitamente más simples dado su brutal régimen de necesidad y su incapacidad elemental para adaptarse a las leyes vitales de la naturaleza.

La distinción de especie de los seres vivos y la explícita o encubierta clasificación de valor o relevancia de las mismas está basada no en función de su beneficio al medio ambiente, sino en el antropocentrismo, el hombre como centro, dueño y señor del ecosistema. En este orden que es el actual, los animales son puramente esclavos en la cadena de producción de alimentación, de energía, de entretenimiento, de afecto… Hay escasas formas de relacionarnos con los animales que no posean este componente paternalista de maestro-esclavo. Pero es que es esta forma de relación, brutal e inmediata, la que parece más inherente al hombre como especie.

Si bien hoy en día no se considera la esclavitud como un método políticamente correcto de explotación del trabajo humano, es prácticamente de dominio público el hecho de que las grandes compañías emplean trabajadores menores de edad o bajo condiciones de explotación infrahumanas en medioambientes socioeconómicos propiciados por países con poca o ninguna consideración por los derechos humanos. En estos climas de explotación los trabajadores son tratados poco mejor que a los animales, dejando patente que la barrera que separa la especie no es tanto en realidad una separación biológica o quizá religiosa, sino meramente productiva. De algún modo estos medioambientes son más coherentes con esa visión primitiva en la que seguimos instalados y que considera al hombre como la especie primordial y al poderoso como conexión con un orden de creación supremo que parece dotado de potestad para decidir quién sobrevive y quién no.

La pertenencia a un sistema de derechos y privilegios (por ejemplo, el tener un pasaporte americano o europeo) no nos posiciona fuera del rasante de especie y el valor de los individuos sigue determinado por su productividad y su adscripción a un sistema ideológico determinado que obedece a un código ético diseñado a medida de los sistemas avanzados de explotación y basado en privilegios que en se transfieren en realidades que afectan a nuestra supervivencia y calidad de vida – mejor alimentación, mejor educación, mejor medicina, mayor esperanza de vida. En esta jerarquía la vida humana vale más que la vida animal casi siempre, pero la vida humana admite también gradaciones y unas vidas valen más que otras. Lo hemos visto claramente con la expulsión de refugiados sirios en Europa. ¿Qué diferencia hay en el tratamiento de estos refugiados con el de animales, con el de una supuesta plaga? La diferencia es puramente retórica.

Pese a la urgencia de esta crisis humanitaria tan acuciante no podemos dejar de pensar que en la base de nuestra indiferencia ante ella, el hecho de que no actuemos con el apoyo que requiere la situación, está en el privilegio. Nos agarramos al privilegio como la balsa salvavidas a la que podemos acceder, por ahora… pero ¿qué pasará cuando no sea así y seamos nosotros los que nos quedemos fuera de cierto sistema de privilegios?  La historia nos dice y la realidad de los eventos actuales nos recuerda que puede pasar en cualquier momento.

Toda defensa de la ética, toda forma de evolución más allá de los regímenes primitivos e insolidarios que usan el privilegio como carnada ideológica no puede dejar de lado el tema de nuestra relación con los animales y su consumo como base de nuestra alimentación, pues es exactamente la misma aplicación de este régimen de privilegio. Estos momentos en los que se viven auténticas tragedias humanas no hacen más baladí la cuestión de la redefinición de nuestra postura ética hacia los animales y el cuestionamiento de nuestras formas de la alimentación. Son múltiples la voces que cada vez más hacen hincapié en los efectos nocivos sobre la salud y el medio ambiente que conllevan las formas de alimentación basadas en el consumo de proteína animal. Es una cuestión de gran relevancia, cuya transformación hacia el consumo de plantas, vegetales, frutas y semillas puede ser más significativa para la reversión de los efectos cambios climáticos que el tan demonizado uso de combustibles fósiles y emisión de gases. La realidad es que el consumo animal es la primera y mayor causa del cambio climático.

Pero no caigamos de nuevo en la jerarquía de privilegio, no es solo una cuestión de supervivencia de la especie humana, no es solo nuestro mundo en el que está en juego. Es estos momentos más que nunca en los que se debe de poner sobre la mesa la cuestión de ética y de primacía de especie humana. Lo cierto es que las supuestas formas de evolución modernas para la extracción de contenido del mundo, de aquello que sirve para la supervivencia de la especie humana, no son sino actualizaciones de viejos regímenes barbáricos que reafirman la supervivencia del más fuerte, de aquellos quienes les permite el acceso a los círculos de privilegio (vetados a los animales excepto a ciertos animales domésticos). La cuestión ética es en la mayor parte de los casos una flagrante cobertura, un barniz que embellece estas formas de explotación. No hay evolución alguna, seguimos matando animales para alimentarnos, seguimos pagando a las farmacéuticas por medicinas creadas para curar enfermedades causadas por el consumo de animales y seguimos creyendo en todas las mentiras que nos cuentan sobre lo saludable de la dieta equilibrada de carne, pescado y vegetales. Una vez que se indaga un poco en las alternativas a esa dieta se da uno cuenta de que no son solo posibles sino que albergan unos beneficios que no podemos siquiera imaginar. Beneficios éticos, beneficios económicos, ecológicos y de salud.

Resulta muy complicado defender públicamente el veganismo, en la mayor parte de los casos requiere estar preparado para una batería de ataques de quienes, quizá comprensiblemente, ven sus conciencias heridas. Defender que el consumo de animales implica formas de tortura, hacinamiento y violación hacia otras especies parece ofender a una mayoría que sigue consumiendo animales por razones culturales o religiosas, por hábito, por una determinada concepción de la nutrición etc. Resulta dificil renunciar a la tradición, a una industria que pese a que esté en algunas ocasiones realizada en base al respeto del animal y de su “calidad de vida” no tiene en cuenta que el hombre no está éticamente autorizado para calificar como es la calidad de vida de otros seres vivos, que los animales no son nuestros (aunque paguemos por ellos) para ponerlos a producir, para ponerlos a trabajar, que el trabajo es, solo puede ser un consenso entre empleado y empleador, al que los animales nunca podrán llegar a consentir ni explícita ni implícitamente. El hecho que una gran mayoría no pueda comprender cómo la solidaridad hacia otros individuos de la especie humana comienza con la solidaridad hacia cualquier otro individuo, humano o animal y que entender al ser humano como dotado de alguna superioridad sobre los animales es una ficción, una ilusión de privilegio que cada día va e irá mermando más hasta que inevitablemente algún día nos encontremos cara a cara con la desnudez esencial de nuestra especie.
*Imagen de ‘Danmarks Riges Historie af J. Steenstrup, Kr. Erslev, A. Heise, V. Mollerup, J. A. Fridericia, E. Holm, A. D. Jørgensen. Historisk illustreret’ British Museum