Category Archives: Cultura

Polvo

¿Qué tiene que ver el polvo con nosotros? Tal vez demasiado, tal vez todo.

Desesperados limpiamos el polvo para no respirarlo, para no contemplar su acumulación, un signo de abandono y decadencia. Pero el polvo es la materia que nos mezcla con el mundo, es en sí la propia mezcla. Leo en la magnífica descripción del polvo de Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Polvo ) que aproximadamente el 70 por ciento de la composición del polvo doméstico son células muertas de piel humana. Tal vez sea por eso que vulgarmente se use la expresión “echar un polvo”, a la atmósfera imagino por la fricción intensa de los cuerpos.

Siempre me ha parecido fascinante el momento en que un rayo de sol atraviesa la habitación y podemos ver la densidad de partículas de polvo del aire. Dicen que Keith Richards se esnifó las cenizas de su padre pero nosotros nos esnifamos los unos a los otros inconscientemente todo el tiempo. Partículas que viajan, que transportan sensaciones, que contagian.

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El polvo que contiene lo esencial de la vida: semillas y sustrato terrestre, barrido por el viento en los campos de America en los años 30 y provocando la escasez nacional. Lo que se llamó el Dust Bowl. Todo el sustrato fértil de los campos americanos fue a parar al océano Atlántico. Terroríficas tormentas de polvo fértil recorrieron el país por carecer de vegetación que frenara el viento en los gigantescos campos de cultivo del Medio Oeste.

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Los Dustbowl blues que cantaba Woody Guthrie:

http://www.youtube.com/watch?v=dkAxuqrVNBM&feature=related

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Al polvo vamos y del polvo venimos. Las cenizas a las cenizas y el polvo al polvo. Nuestro cuerpo atomizado es devuelto a la materia polvorienta que se hace roca y se erosiona. Siempre en el medio, entre la superficie y el aire, parte indistinguible de los dos.

Réquiem del artista invisible

Originalmente en SalonKritik

En su autobiografía Without Stopping, Paul Bowles escribe que le resultaba repelente que la gente del ámbito de las artes y las letras tendiera a querer parecer distinta al resto de la sociedad. Él sin embargo tenía la convicción de que “el artista, siendo el enemigo de la sociedad, por su propio bien debe de permanecer tan invisible como le sea posible y ciertamente indistinguible del resto de la multitud”. Para Bowles el artista, el creador que tiende a asociar a su identidad una diferencia, una excepción que le concede visibilidad y da pistas al resto de los ciudadanos del tipo de actividad – creativa – que produce, en su desdén por la norma social, estaría reclamando un espacio de distinción dentro de ella.

Desde nuestro modo de ver la mistificación de la figura del artista y su separación en el seno de la sociedad como figura a la que se ha permitido el empleo de protocolos y tendencias extraordinarias ha generado una dinámica que deviene en perjuicio de la capacidad del arte para transformar realmente la cultura. La estética arty funciona como un modo de adscripción a la experiencia de lo contemporáneo del mismo modo que un fan llevando la camiseta de su grupo favorito; es una manera de reconocerse y distanciarse de la anacrónica masa a la que no le importa un bledo el arte ni la cultura contemporánea. De este modo el creativo, en lugar de intentar cambiar el estatus que le convierte en excepción, en rareza, lo asume como una posición de privilegio. Pero para el mercado no hay privilegios sino sectores de interés. Al igual que hay un sector de seguidores del fútbol también lo hay de seguidores de arte y cultura contemporánea; y aquí la fría maquinaria de la industria mediática no hace distinciones, a cada uno se le asigna un potencial de mercado. El individuo creativo, al mostrar su carácter excepcional en todas las facetas de su vida social no está yendo en contra del sistema sino que está trabajando para él como agente experimental.

El artista, atrapado en el rol de extravagancia que la sociedad le otorga, encuentra pocos resquicios desde donde ejercer una actividad profesional seria en la medida en que se asume que el trabajo del artista es la propia producción de rareza. Irremediablemente se ve obligado a responder a esta demanda social con grandes espectáculos: obras de arte impresionantes por la cantidad de recursos o tecnologías empleados en ellas pero cuya capacidad de cuestionamiento a menudo no pasa de la anécdota o el chiste.

El artista invisible, aquel que trabaja en contra de la lógica de identificación, visibilidad, novedad y espectáculo sencillamente no tiene cabida en el sistema de producción actual. Todo su potencial en una hipotética lucha de los derechos de los artistas como trabajadores culturales es anulado conscientemente por agentes museísticos e institucionales interesados en perpetuar la “clownización” del artista y su utilización como valiosa figura comodín. Como críticos, seguimos buscando sus rastros, capaces de darnos pistas más reales acerca del capital cultural existente que las que nos aportan los índices de audiencia y las cifras del sistema especulativo.

Tiempo sin réplica

Originalmente en Art on the Tracks

Time of no reply is calling me to stay
There’s no hello and no goodbye
To leave there is no way

Nick Drake. Time of no reply.

Suena Jazz de músicos que murieron hace mucho tiempo, seguramente desperdigados en ciudades diferentes como Chicago, New York, New Orleans…, a pesar de haber sido banda algún día y haber creado juntos esta sutil pasta de tiempo.

Ahora, en este lugar y esta ciudad conecto con ellos y con su fuga. Quiero responderles de alguna manera, devolver algo de la energía que me invade; pero este es un tiempo sin réplica. La comunicación está machacada en el molinillo salvaje de la historia y pulverizada en partículas que ahora respiro.

Siento que comprendo mejor el destino trágico de Nick Drake, un tiempo al que él no pertenecía pero aun así le pedía quedarse: ¡quédate! Esa es la condena de este tiempo sin réplica, que nos conmina a quedarnos para ver como lo que más amamos en el mundo va desapareciendo.

Viejas ideas

Originalmente en SalonKritik

OHH – these days
OHH – they’re all mine

Love and Rockets

Una de las escenas que más perduran en mi memoria cinematográfica, tal vez por ser un clásico de la infancia, es esa de Regreso al futuro en la que Michael J. Fox altera el transcurso de los acontecimientos de su pasado y ve como su propia imagen -en una fotografía del presente- comienza a desvanecerse. Pienso que es más o menos la misma sensación la que experimentamos cuando, mediante un procedimiento inverso, vemos como los acontecimientos presentes son capaces de borrar los hitos de nuestro pasado, o al menos de convertirlos en un recuerdo deslustrado, generando esa sensación desangelada de que nuestro tiempo no nos pertenece.

Recuerdo vagamente cuando teníamos la certeza de que, hiciéramos lo que hiciésemos, el futuro de nuestra generación sería absolutamente próspero, que seríamos guiados por un desarrollo creciente, como una bola de nieve que crece pendiente abajo. Pero la pendiente no es infinita, aquellas eran ideas nuevas inoculadas en la sociedad que no provenían de la sabiduría sino del fantasma moderno del progreso, quizá la mayor campaña publicitaria que ha creado nuestra civilización: aquella que proyecta el futuro como un lugar fascinante.

Las nuevas ideas se instalaron en nuestra sociedad apartando de un manotazo las viejas ideas. Las primeras hablaban del futuro, de los nuevos materiales, de la tecnología barata y ligera, de la economía global, de la estética moderna como signo de contemporaneidad. Las segundas hablaban de la calidad de la experiencia, de los materiales sólidos y la fabricación manual que requiere su tiempo pero que emplea trabajadores y promueve la riqueza local. El curso actual de la economía termina por demostrar que las viejas ideas funcionan y aquellas nuevas ideas no, tal vez por no ser ideas sino idealizaciones. Se nos enseñó que el futuro nos traería lo que deseásemos pero, fatalmente, nosotros tenemos que crear lo que necesitamos en el presente y el futuro deviene de la intensidad de ese presente. Nada llega, nada desaparece, todo se va a otra parte, lugares remotos accesibles o no para nuestra RAM vital.

Algunos siguen adictos al futuro, pero otros vuelven a descubrir con placer la materia, el sonido, el impacto que nos hace más reales. Desechan las ideas, las frecuencias y los materiales que abaratan la experiencia. Buscan la función más que el mero funcionamiento. Anhelan una tecnología hermética, sin órganos, que funcione hasta que la fricción la destroce. Tecnología y arte creados por nosotros mismos –por nuestra riqueza intelectual- en contextos específicos y como respuesta a problemas presentes cuya onda expansiva afecta inevitablemente a todo el pasado y todo el futuro.

TODAS LAS VIDAS, MI VIDA /SYNECDOQUE NEW YORK

Originalmente en SalonKritik

“El cielo aquí es muy extraño. A menudo tengo la sensación cuando lo miro de que se trata de una cosa sólida, que nos protege de lo que hay detrás. ”

Paul Bowles. El cielo protector.

Todo es texto. Cuando escribo se teje la alfombra, el background, el salvapantallas de mi conciencia. Lo que hay detrás es un lugar en el que nunca se puede realmente estar, ni tampoco ser. “I am not there” escribía Bob Dylan; well, certainly not.

Por eso, sentir la alfombra en mis pies me hace sentirme vivo, aquí, aunque de algún modo siga en mi el impulso de correr la cortina lyncheana. Tal vez porque la sensación está hecha de algo tan efímero como el contacto on y off. Tal vez porque no hay tiempo para vivir todas las sensaciones del mundo. Ni aunque viviésemos eternamente.

La experiencia genera experiencia. El texto produce texto; como en Synecdoche New York (estrenada en España recientemente comoTodas las vidas, mi vida) de Charlie Kauffman. La imposibilidad de la singularidad radical produce el delirio textual que nos intenta definir constantemente, pero el procedimiento de autodefinición es infinito, como el cielo, como el screen del ordenador. Crece en horizontal por falta de espacio y jamás podremos contemplarlo como totalidad única. En el film, como mapa borgiano, el mapa del plató de una obra teatral en Nueva York se convierte en el mapa de la propia ciudad de Nueva York. Dentro de ese escenario la cuestión con la que el director de la obra se enfrenta es cómo cerrar conceptualmente la singularidad de una sola vida dentro de un panorama de narrativas infinito y en expansión (horizontal). Una vida en la que todos los recuerdos se revelan como signos de unión con otras personas, con otras vidas. La sensación de soledad nace cuando nos damos cuenta de que esos recuerdos fueron sólo nuestros, que los otros ni siquiera los recuerdan, o que el mismo recuerdo, según quién viviese los acontecimientos, tiene lecturas múltiples y en muchos casos extremadamente divergentes a la nuestra.

La obra de teatro perfecta no es ya entonces en la que el director define sus recuerdos y selecciona a los protagonistas para dar cuerpo a la ficción sino aquella en la que la ficción, la puesta en escena de las vidas con las que se ha ido tropezando, con sus propios recuerdos, da las pautas al director de cómo vivir la suya propia, en tiempo real. Es entonces cuando todo cobra sentido (o mejor dicho, lo pierde de una vez por todas), cuando la ansiedad por encontrar el título definitivo que selle toda una existencia se nos impone de nuevo, como el nombre propio que nos dan al nacer y que está siempre ahí, en texto legal, hasta el final de nuestras vidas. Podemos intentar esconder ese nombre, despistarlo mediante seudónimos o intentar engrandecerlo a través de nuestra obra pero al final es sólo un nombre, cuya elección carece a menudo de significado.

Lo que denominamos “nuestra vida”, nuestra biografía, es una configuración textual, una pura ficción cuya narrativa como figura central está en crisis. El modelo central, el protagonista, se descentra en todas las vidas con las que entra en contacto generando microrelatos en los que no hay ya Main Stars, estrellas principales, sino una constelación desjerarquizada, un cielo opaco, que como dice el Paul Moresby del libro de Bowles “nos protege de lo que hay detrás”. Un algo, un mismo cielo, todas las vidas, sin sentido pero de las que formamos parte ineludiblemente en un perpetuo nada aún y que nos protegen de ese nada nunca que hay detrás.

Urracas moribundas: POR UNA NUEVA ESCENA MUSICAL

Originalmente en Art on the Tracks

Reconozcámoslo de una vez por todas, toda la herencia estética de Nick Drake, Townes Van Zandt, Keith Richards, etc… asociada al uso del alcohol, tabaco y estupefacientes ha predominado en la escena musical contemporánea como sine qua non de la conducta creativa. Los productos de esta mitificación del exceso han abundado en los efectos más corrosivos del desorden emocional, con los libros de Artaud o Bataille (en el mejor de los casos) como manuales de referencia , sin llegar en ningún caso a la despersonalización de éstos sino, más bien, buscando –como todo “frontman” que se precie- una personificación; en este caso la de unos supuestos héroes de la autodestrucción.

Pero los tiempos cambian. Llega una nueva generación que como silenciosa ola simbólica renueva la escena musical española. Hartos de las temáticas de índole Neo-romática, los romances imposibles, las tendencias suicidas y el uso de drogas, los nuevos tiempos no tienen cabida ya para el desperdicio de las capacidades poéticas del significado, creadoras de mundos posibles más allá de la tragedia de la autodestrucción. Los vicios o virtudes personales se dejan de lado. El compositor ya no relata su propia historia, sublimada por el efecto de los porros. Las historias se despliegan en horizontal intentando hacer mapa de las direcciones que tomamos, reflejar la inexactitud de nuestros procedimientos de conocimiento.

Las canciones que escuchamos vadean la trinchera entre experiencia y espectáculo, ese lugar a salvo bajo el que la crítica se refugia, y que construyen los propios medios. Hoy la guerra tiene lugar en todas partes, pero también en todas partes existen conciliaciones, y fundamentalmente entre las propias bandas que se convierten así en medios de comunicación ellas mismas.

El artista loco y genial se queda en personaje improcedente que no llega siquiera a causar risa sino más bien incómoda indiferencia. En todo caso, su relevancia será valorada por la calidad de su obra. Hoy hay demasiada gente haciendo música interesante como para focalizar la atención en un solo artista. Gente con una amplia formación intelectual y que realiza grandes esfuerzos creativos y físicos para llevar a cabo sus proyectos. Para que éstos no se queden en fugaces destellos que pueblan ocasionalmente las páginas de la prensa especializada –ese nunca fue su fin- es necesario conectarlos entre sí como escena que son. Escena musical pero también escena cultural que conforma un sólido panorama de iniciativas al que nos convendría asomarnos para salir de los viejos esquemas, pantanosos, debilitados y, ciertamente, en crisis.

http://www.myspace.com/kievcuandonieva1

http://www.myspace.com/silencio-oso

http://www.myspace.com/tudovale

Lecturas cinemáticas, interruptores de identidad.

Texto publicado originalmente en Aleph-arts.org

>No existe nada extramedial. Esa idea misma es un efecto que generan los propios media.<
(Adilkno)

Todo está mediado, el capital regula los recursos, el espectaculo es su interfaz para las masas. La cultura, el lenguaje, las imágenes que atraviesan ese interfaz se convierten siempre en capital como producto especulativo. En un segundo plano estarían aquellas manifestaciones que, pasando por este filtro (y pasan en gran medida gracias a una tradición cultural y social que no se puede obviar) pudieran resultar relevantes para un mínimo sector de los usuarios del interfaz. Pero pensemos que estas manifestaciones que para la mayoría son de segundo orden, para ciertas minorías constituyen elementos cruciales en su entendimiento global de la cultura, el lenguaje, el imaginario…entendimiento que constituye un otro radical del espectáculo.

El problema  ha venido consistiendo en la dificultad de cohesión de estas minorías para constituir un interfaz alternativo cuyo producto sea, no el capital, no el simbólico espectacular, sino la diferencia como valor radical intensificador de la experiencia individual y por lo tanto de su colectividad. Y es que cada grupo minoritario alberga una idea de proyecto político  y en última instancia cada individuo posee una diferencia ideológica que imposibilita esa cohesión. Pero el espectáculo es apolítico, abstracto, sin ideología, es tan sólo una mediación; sus intereses son económicos (de flujo financiero) pues ha nacido de ellos.

¿Podemos seguir hablando de la existencia de un espacio público? ¿Ha existido alguna vez un gran espacio verdaderamente público o sólo microespacios TAZ, zonas no fortuitas, zonas de cohesión temporales? Deberíamos de estudiar el por qué del nacimiento de estos microespacios y darnos cuenta de que sólo es posible el florecimiento de algo como tal, gracias a un potenciamiento de canales que construyan una escena verdaderamente independiente, no ya del capital sino de cualquier valor ideológico, idealizado a priori.

>Es posible que la palabra y la comunicación están ya podridas. El dinero las penetra enteramente: no accidentalmente, sino por su propia naturaleza. Hace falta apartarse de la palabra. Crear siempre ha sido algo distinto que comunicar. Puede que lo importante sea crear vacuolas de no comunicación, interruptores para escapar al control.<
(Gilles Deleuze)

Si el espacio físico de las ciudades ya ha sido revertido por los media, transformado en bloque, vendido, privatizado en su práctica totalidad, nuestra privacidad se convierte en vía libre para las compañías. La televisión es publicidad, no durante el espacio dedicado a los comerciales, no, toda emisión pública (hecha pública) ya está siendo dictada por la visión generada por todo un cúmulo de intereses comerciales. Un imaginario del que nos resulta imposible escapar, por que ya está construyendo nuestra relación con el otro y que nos contagia día tras día, casi simpáticamente… Jamas ha habido integración, no hay difusión del arte en lo real, ni se han artistizado nuestros modos de vida. No hay creación en el mundo, al menos no hay creación de mutuo acuerdo entre nosotros y las cosas. Sólo ha habido una enorme escisión del espejo metafísico en infinitos puntos de fuga de la mirada, que recrean tantas otras sensaciónes, ya no determinantes en nuestra sensibilidad. En cada esquina, una imagen-espejo (falsa imagen) que nos fascina. Cada punto de la composición ha sido diseñado cuidadosamente. Arquitectura de la mirada en cada fragmento, en cada instantánea, no en su conjunto- ya imposible de visualizar-.

William S. Burroughs habla en La Revolución Electrónica del cut-up “como arma de largo alcance para borrar y atontar las líneas de asociaciones dispuestas por la masa media”. De este modo reconoce los complejos sistemas de control que se basarían no en la apreciación de lo real sino en su propia producción. Ya que según esta tesis, las líneas asociativas se utilizan  -hoy en día de modo sistemático- como dispositivo de control de las lecturas interpretativas y producciones de lo real, que expulsa y enajena todo aquello extraño a esas líneas. O más bien, conduce a ignorar, invisibiliza, todo aquello que no produce líneas asociativas claras, asimilables, dirigidas directamente hacia el capital o el poder como principio motor de identificación y de juicio moral.

>Las palabras no tienen absolutamente ninguna posibilidad de expresar nada. En cuanto empezamos a verter nuestros pensamientos en palabras y frases, todo se va al traste.<
(Marcel Duchamp)

El lenguaje, las palabras, el virus, como canal que despliega el control de lo pensable. Pero más alla de ello, la imagen, reproducida hasta el infinito, anquilosando nuestro sistema nervioso a través de órdenes, mensajes sin código que se instalan en nuestra conciencia espejizándose. Construyendo imágenes sólidas de lo real que deja de ser real pues no es consciente. Instantáneas o serie de imágenes estándar que no asocian sino que disocian. Segregan y jerarquizan. La imagen se convierte en referente de lo real -cuando lo real es de hecho el referente, algo que es ajeno a nuestro juicio, que ocurre como desgaste, como fricción, como organismo-. Me refiero a la “cosa en sí” cuya única posibilidad de convertirse en consciente para nosotros es la asociación, un ejercicio alegórico que comunique desde el error (siempre es error, la verdad no nos es adjudicada mas que en el “ser”)  de la interpretación.

Y es que ningún medio alcanzará jamás ningún fin, ninguna verdad, porque no existe fin alguno. Tampoco es tiempo de impartir ideología. Por muy tentador que parezca cualquier intento de afirmarse ideológicamente, de definirse -singularizarse-, de demarcar una distancia radical, de escupir toda la rabia contenida, sabemos que es inútil, al menos en los canales massmediáticos, en el monopolio de la asociación. La ideología es información, ofrece coordenadas a la especulación y por lo tanto tiene un valor de intercambio. La ideología viene implícita en cualquier manifestación pero siempre en su lectura más o menos compleja, en su performatividad; carece de centro. El arte y el pensamiento son entonces no simples productos intelectuales, no esas categorías “arte”, “pensamiento” definidas por cauces institucionales, que parecen oler mal con sólo nombrarlas, sino máquinas, mecanismos que nos producen como imágenes y nos hacen participar de un diálogo perpetuo – de un mestizaje – con lo otro. En definitiva nos convierten en potencial revolucionario en la medida en que nos permite ser capaces de sostener cualquier diálogo pues no hay un a priori imaginario o ideológico, sino un a priori sensible, local o translocal.

Potenciación de canales, asociación, unión de los diferentes sectores independientes capaces de difundir esta experiencia en todos sus aspectos, partiendo de la crítica espectacular como una línea de estudio de las contradicciones del capital que nos puedan ayudar a afrontar sus estrategias de un modo no asimilable (sin que se puedan identificar), tal vez utilizándolas, pero concediéndolas una lectura simbólica radicalmente distinta. Lo espectacular no funciona en sí por sus contenidos, sino por la lectura única, genérica a la que pueden dar lugar (ese placer, demasiado humano, de la comunión con la convención) , por la generación de una sóla realidad social e intelectiva que suministra soluciones concretas para problemas específicos, por una identificación perpetua que impide cualquier tipo de deriva del significado. Tal vez la cuestión sea ¿decido crear realidad, adentrándome en los umbrales del espacio y del tiempo?, ¿decido asociar mi propio contexto con otros? ¿decido hacer cine con las imágenes que me rodean hasta conformar una singularidad performativa?